El gran temor del mundo occidental se dirige a la incertidumbre de la muerte. Nos paralizamos en vida tantas veces por el temor a la partida.
Morir vamos a morir todos, el tema es morir bien. Muere bien, quien vive bien.
La gran diferencia entre Oriente y Occidente, con respecto al enfoque de la muerte, es simple y llanamente el hecho del cambio de ropaje y de plano, que para los hermanos orientales es algo claro e intuido, y para nosotros, una utopía lejana y en el mejor de los casos, una ilusión de la vapuleada nueva era.
No es el temor a la muerte el que nos impide vivir. Si permitimos que la máscara se derrita, nos damos cuenta de que es el temor a la incertidumbre, el secreto final, aquél que nos inmoviliza hasta la desesperación.
Si comenzamos por intuir qué es la vida, nos será más fácil llegar a comprender el modo en que a todo fenómeno vital le sigue un declive y un nuevo comienzo.
Obviamente, para quien cree que sólo somos un cuerpo o una mente, la muerte se presenta como el corolario de la finitud.
Para aquél que sabe que hay un espíritu inmanente que guía todo movimiento físico y mental y que permanece como el auténtico espectador de la película, viendo cómo las imágenes externas desfilan por la pantalla, la muerte, incluso, se presenta como una aliada bendita de descanso v evolución, como ese remanso ansiado que permite un renovar de fuerzas y aprendizajes.
¿Cómo hablar de la muerte sin apego?
¿Cómo encarar la grandeza de la partida con claridad?
¿Cómo reemplazar el miedo y la queja patética por la confianza en la esencia divina que nos nutre y alienta?
Planteándonos el eterno interrogante de la existencia y sabiendo escuchar la consiguiente, y muchas veces, instantánea respuesta del alma: "¿Quién soy yo?, ¿quién soy yo?".
El universo se alza en una sola voz y le responde al buscador genuino, al que pide con la convicción de ser escuchado: "Somos seres divinos destinados a la evolución y protagonistas de la sublime aventura, en la cual nacemos y morimos, para seguir avanzando en ese camino hacia la comprensión de lo que realmente somos".
El libro de Eduardo excede con creces todo esperado comentario de consuelo y realismo.
Se mete con sabiduría y compasión en los vericuetos del ser. Focaliza el tema de las muertes inesperadas, para partir desde esa prueba de la cual nadie está exento y proyectarse hacia el temario completo del sentido de la vida.
Eduardo nos habla de cuerpo y espíritu, de grandezas y miserias, de apego y sufrimiento, de desapego y goce con serena humanidad; avanzando sin pudores lanza saetas que dan de lleno en el centro de nuestros miedos ancestrales y al desacralizarlos, nos libera de ellos.
Su libro es una caricia sensible y al mismo tiempo un golpe rotundo, que nos permite valorarnos y apreciar en forma intensa, cada momento presente al lado de los compañeros de trayecto que la vida nos presta.
Mas aún, nos hace vibrar en plenitud ante la visión del camino que siguen quienes dejan este plano y continúan su viaje hacia la luz. Libro sereno, rotundo, imprescindible...
Su autor, tocado por la gracia, comunica con fluidez ideas que siempre estuvieron en nosotros y no nos permitimos explorar; ahora esas ideas son expuestas en estas páginas de un modo tan entrañable que es imposible no abrir la cabeza y el corazón y decir: ¡Gracias! ¡Gracias porque existimos y porque somos parte del milagro!
El texto de Eduardo es un testimonio del alma, que al acercarnos a lo mejor de nosotros, cumple con creces su misión en el plan perfecto de amor y servicio, en el cual todos estamos avanzando.
Es verdad que algunos lo hacen mucho más rápido que otros.
Leer este libro es un estímulo para lograrlo con entusiasmo y bendiciones.
Uno se va adonde quiere irse; lo demás es parte del juego del Señor. ¿Por qué no jugarlo junto a Él?
Lo que durante tanto tiempo nos detuvo y estancó, en forma dolorosa, ahora se revela frente a nosotros, en forma clara y accesible.
En esta obra tenemos la posibilidad de transmutar el dolor en aceptación y armonía, para merecernos, cuando el equilibrio divino disponga, volver a estar con las energías de luz que hemos amado tanto, pero viviendo otro estado de amor, más completo, más radiante, perfecto.
Claudio María Domínguez