Su presencia es generalmente intermitente y tiene como centro la vivencia de extrañamiento con las personas, que conduce, progresivamente, al alejamiento de todo contacto social. Junto con este rasgo aparece un contexto de manifestaciones bien definidas:
las personas ven al resto de la gente como distantes, inaccesibles e inafectivos y se reflejan en ellos como si se miraran en un espejo;
la vida carece de sentido, no hay salida, proyecto o esperanza de felicidad y placer, ningún motivo para luchar;
sienten que ya no son capaces de amar a nadie y que no hay razón para que sean amados;
los objetos que los rodean pierden significación y dejan de ser soportes de recuerdos, esperanzas o deseos;
a diferencia de la vivencia de soledad, no existe aquí anhelo, nostalgia o la convicción de que existe alguien necesario para la vida, cuya presencia alejaría el "vacío".
Lo que da sustento a este cuadro es la certeza inconsciente de no merecer ser amados, ni valorados, ni reconocidos, que son indignos y que se encuentran condenados a la soledad. En el extremo de esta vivencia se halla la creencia de haber destruido, dentro de sí mismos, a las personas amadas y que, por lo tanto, sólo les queda ahora, un mundo derruido y ausente de sostén, protección y cariño.