Este sentimiento de orfandad está relacionado con una fuerte pérdida de autoestima, un sentimiento de no merecer, de no valer nada que puede conducir a fortificar la depresión y/o a hacer nacer una vivencia subjetiva dolorosa y perturbadora: sensación de vacío, inutilidad de la vida, desrealización del mundo, desasosiego crónico, desesperanza, hastío, infelicidad y la incapacidad para tolerar y superar la experiencia de soledad.
Al rastrear en la intimidad de esta vivencia se descubre que su origen se encuentra en el derrumbe del mundo interno de la persona. Esto significa la pérdida, por parte del sujeto, del amor de sus amores internos, en suma, una situación de desamparo y abandono radical. No sólo se trata de que alguien amado murió, sino de que ese amado que estaba dentro de sí lo ha abandonado.
Ante esta experiencia emocional hay dos tipos de reacciones básicas. Por un lado, hay personas que van estructurando un modo de funcionamiento casi "existencial" en torno a esta vivencia de vacío, de la cual tratan de escapar desarrollando conductas evasivas (adicción a droga, comida, bebida), de descontrol (agresividad, sexualidad, juego, trabajo, etc.) o de negación directa de lo que sienten, con las que intentan desconocer el terrible sufrimiento de su mundo interior. Por otro, hay personas que se hunden en la experiencia específica de vacío, que se acompaña de sentimientos de irrealidad, pérdida de interés por todo lo externo, que puede culminar en una especie de fusión con el mundo exterior, ante la ausencia de una identidad propia: "Soy un huérfano, no sé quién soy".