Ocurre, sin embargo, que ante la muerte inesperadala vivencia de vacío se transforma ficticiamente en su opuesto. Entonces, lo que predomina es la presencia de un yo engrandecido (la persona se siente Superman) y un marcado deterioro de las relaciones de la persona consigo misma, que se hace notorio en la incapacidad para autoobservarse y darse cuenta de lo que siente.
A estos dos rasgos se les agrega una serie de emociones muy extremas:
hastío,
desasosiego,
falta total de empatía, que lleva a la incapacidad para establecer vínculos con otras personas,
dependencia de las gratificaciones externas, que cuando faltan hacen que el mundo se transforme en una cárcel de la cual hay que escapar con nuevas experiencias y nuevas sensaciones.
Todos estos comportamientos están al servicio de negar la soledad, la angustia y la vivencia de pérdida. Un fuerte sentimiento de no necesitar se alberga en el psiquismo más profundo de estas personas, pero sólo se trata de una solidez ficticia que acaba muy pronto ante la menor brisa de frustración.