La inutilidad de la riqueza sin mujeres

La mayor fuerza motivadora del hombre es su deseo de agradar a la mujer!

El cazador destacado en los tiempos prehistóricos, antes del inicio de la civilización, destacó en su tarea debido a su deseo de aparecer grande ante los ojos de una mujer. La naturaleza del hombre no ha cambiado nada en ese aspecto. El «cazador» de hoy en día no vuelve a casa con pieles de animales salvajes, sino que indica su deseo de obtener el favor de la mujer suministrándole ropas exquisitas, automóviles y riqueza. El hombre experimenta el mismo deseo por agradar a la mujer que experimentaba antes de los albores de la civilización. Lo único que ha cambiado en él es su método de agradar. Los hombres que acumularon grandes fortunas y alcanzaron grandes alturas de poder y fama lo hicieron así para satisfacer, sobre todo, su deseo de agradar a la mujer. Si se sacara a las mujeres de sus vidas, las grandes riquezas serían inútiles para casi todos los hombres. Ese deseo, inherente del hombre, por agradar a la mujer es lo que proporciona a ésta el poder de elevar o de hundir a un hombre.

La mujer que comprende la naturaleza masculina y la atiende con tacto, no tiene por qué sentir temor ante la competencia de otras mujeres. Los hombres pueden ser «gigantes» con una indomable fuerza de voluntad cuando tratan con otros hombres, pero las mujeres que ellos mismos han elegido pueden manejarlos con facilidad.

La mayoría de los hombres no admitirán que las mujeres que prefieren influyen en ellos con gran facilidad, porque una de las características de la naturaleza del hombre consiste en desear ser reconocido como el más fuerte de la especie. Además, la mujer inteligente reconoce esta característica masculina y no la pone en entredicho.

Algunos hombres saben que son influidos por las mujeres de su elección, esposa, amante, madre o hermana; pero se contienen con tacto para no rebelarse contra esa influencia, porque son lo bastante inteligentes como para saber que ningún hombre es feliz ni está completo sin la influencia modificadora de la mujer correcta. El hombre que no reconozca esta importante verdad se priva a sí mismo del poder que ha contribuido, más que cualesquiera otras fuerzas combinadas, a ayudar a los de su género a alcanzar el éxito.