Nunca me he despojado por completo de este hábito de adorar a los héroes. Mi experiencia me ha enseñado que lo mejor que se puede hacer para ser en verdad grande es emular a los grandes, en sentimientos y acciones.
Mucho antes de que hubiera escrito una sola línea para ser publicada, o que me hubiera dedicado a pronunciar un discurso en público, adquirí el hábito de reconfigurar mi propio carácter tratando de imitar a los nueve hombres cuyas vida y obra me parecieron más impresionantes. Esos nueve hombres fueron: Emerson, Paine, Edison, Darwin, Lincoln, Burbank, Napoleón, Ford y Carnegie. Cada noche, y durante un largo período de años, sostenía una conferencia imaginaria con ese grupo al que yo denominaba mis «consejeros invisibles».
El procedimiento que seguía era el siguiente. Por la noche, poco antes de quedarme dormido, cerraba los ojos y, en mi imaginación, veía a este grupo de hombres, sentados conmigo alrededor de mi mesa de conferencias. Allí no sólo tenía la oportunidad de sentarme entre quienes yo consideraba como los más grandes, sino que, en realidad, dominaba el grupo, y actuaba entre ellos como su presidente.
Yo tenía un propósito concreto al permitir a mi imaginación asistir a esas reuniones nocturnas. Ese propósito consistía en reconstruir mi propio carácter de tal modo que representara un compendio de los caracteres de mis consejeros imaginarios. Al darme cuenta, como me sucedió a edad muy temprana, que debería superar el obstáculo de haber nacido en un medio ambiente de ignorancia y superstición, me asigné la deliberada tarea de renacer voluntariamente a través del método que acabo de describir.