Observe que Asa Candler y el doctor Frank Gunsaulus tenían una característica en común. Ambos conocían la sorprendente verdad de que las ideas se pueden transmutar en dinero efectivo por medio del poder de un propósito definido, y de unos planes concretos.
Si usted es de los que creen que el trabajo duro y la honradez, por sí solos, le proporcionarán riqueza, ¡está muy equivocado! La riqueza, cuando aparece en grandes cantidades, nunca es sólo como resultado del trabajo duro. Cuando aparece, la riqueza es el resultado de exigencias definidas, basadas en la aplicación de planes definidos, y nunca se debe a la suerte ni al azar.
Una idea es un impulso de pensamiento que incita a la acción por medio de un llamamiento a la imaginación. Todos los vendedores expertos saben que, cuando las mercaderías no se pueden vender, las ideas sí. Los vendedores del montón lo ignoran, y, precisamente por eso, son «del montón».
Un editor de libros baratos hizo un descubrimiento de gran valor para todos los editores en general. Aprendió que mucha gente compra el título y no el contenido de los libros. Por el solo hecho de cambiar el título a un libro que no se vendía, sus ventas aumentaron en más de un millón de ejemplares. Las «tripas», como es llamada en la jerga de los editores la parte que queda entre las cubiertas, no habían cambiado. Se limitaron a arrancar las cubiertas en que figuraba el título que no se vendía, para aplicar a los ejemplares una cubierta nueva con un título que tenía un valor más «taquillero». Por sencilla que pueda parecer, ¡ésa era una verdadera idea! Era imaginación.
No existe un precio estándar para las ideas. El creador de ideas pone su propio precio, y, si es listo, logra imponerlo.
La historia de casi cada fortuna comienza el día en que el creador y el vendedor de ideas se conocen y empiezan a trabajar en armonía. Carnegie se rodeó de hombres capaces de todo lo que él no podía hacer, hombres que creaban ideas, y hombres que ponían esas ideas en práctica, y tanto él como los demás llegaron a ser fabulosamente ricos.
Hay millones de personas que se pasan la vida esperando un «golpe de suerte» favorable. Tal vez eso pueda proporcionarnos una oportunidad, pero el plan más seguro consiste en no depender de la suerte. Un «golpe de suerte» favorable fue lo que me ofreció la mejor oportunidad de mi vida, pero tuve que dedicar veinticinco años de esfuerzos en una misma dirección para que esa oportunidad se convirtiese en algo real.
El «golpe de suerte» consistió en conocer a Andrew Carnegie y obtener su cooperación. En aquella ocasión, Carnegie me sugirió la idea de organizar los principios de los logros y los triunfos en una filosofía del éxito. Miles de personas han aprovechado los descubrimientos que se han hecho durante estos últimos veinticinco años de investigación, y se han acumulado varias fortunas mediante la aplicación de esta filosofía. El comienzo fue sencillo. Era una idea que cualquiera hubiera podido poner en práctica.
El golpe de suerte favorable surgió con Carnegie, pero ¿qué hay de la determinación, la definición de los propósitos y el deseo de alcanzar el objetivo, y el esfuerzo perseverante de veinticinco años? No era un deseo ordinario el que sobrevivió a los contratiempos, a los desalientos, a los fracasos temporales, a las críticas y a los constantes recordatorios de que aquello era una «pérdida de tiempo». ¡Era un deseo ardiente! ¡Una obsesión!
Cuando Carnegie me sugirió la idea por primera vez, fue alimentada, alentada y abrigada para mantenerla viva. Gradualmente, la idea llegó a ser gigante por su propio poder, y entonces me alimentó, me alentó y me condujo. Las ideas son así. Primero nosotros les damos vida, acción y orientación, y luego ellas adquieren su propio poder y arrasan con cualquier tipo de oposición.
Las ideas son fuerzas intangibles, pero tienen más poder que el cerebro físico en donde nacen. Tienen el poder de seguir viviendo, aun después de que el cerebro que las ha creado haya regresado al polvo.