Hace cincuenta años, un viejo médico rural se fue a caballo hasta el pueblo, ató su montura, entró sigilosamente en la droguería por la puerta trasera y empezó a «regatear» con el joven dependiente. Durante más de una hora, tras el mostrador, el viejo doctor y el dependiente hablaron en voz baja. Después, el doctor salió. Fue hasta el caballo y regresó a la tienda con una gran tetera antigua, y con una paleta de madera (que se usaba para revolver el contenido de la tetera), y las depositó en la parte trasera de la tienda.
El dependiente inspeccionó la tetera, buscó en su bolsillo interior, sacó un rollo de billetes y se lo alargó al doctor. El rollo contenía quinientos dólares, ¡todos los ahorros del dependiente! El doctor le dio un trocito de papel en el que aparecía escrita la fórmula secreta. ¡Las palabras de aquel trozo de papel bien valían el rescate de un rey! ¡Pero no para el doctor! Esas palabras mágicas eran necesarias para que la tetera empezara a hervir, pero ni el doctor ni el joven dependiente sabían qué fortunas fabulosas estaban destinadas a brotar de aquella tetera.
El viejo médico estaba contento de vender esos objetos por quinientos dólares. El dependiente se arriesgaba mucho apostando todos sus ahorros a un trocito de papel y a una tetera vieja. Nunca había soñado que su inversión comenzaría con una tetera que rebosaría de oro y que un día sobrepasaría el milagroso fenómeno de la lámpara de Aladino.
¡Lo que el dependiente había comprado en realidad era una idea!
La vieja tetera, y la cuchara de madera y el mensaje secreto escrito en el trocito de papel eran cosas incidentales. Las curiosas cualidades de aquella tetera empezaron a manifestarse después de que su nuevo propietario mezclara, según las instrucciones secretas, un ingrediente sobre el cual el doctor no sabía nada.
Trate de descubrir qué fue lo que el joven añadió al mensaje secreto, que hizo que la tetera rebosara de oro. Ésta es una historia de hechos, más extraños que la ficción, de hechos que se inician en la forma de una idea.
Echemos una ojeada a las vastas fortunas que esta idea ha producido. Ha rendido, y sigue rindiendo, fortunas inmensas a hombres y mujeres que se ocupan de cultivar caña de azúcar y de refinar y comercializar el azúcar.
La vieja tetera consume, anualmente, millones de botellas, proporcionando trabajo a un enorme número de trabajadores del vidrio. La vieja tetera da empleo a un ejército de dependientes, taquígrafos, escritores y expertos en publicidad en toda la nación. Ha obtenido fama y fortuna para muchísimos artistas que han creado cuadros magníficos que describen el producto.
La vieja tetera ha convertido un pequeño pueblo del sur de los Estados Unidos en la capital sureña de los negocios, donde ahora beneficia directa o indirectamente cada negocio y casi a cada residente de la ciudad.
La influencia de esta idea beneficia ahora a todas las ciudades civilizadas del mundo, vertiendo un flujo continuo de oro para todo aquel que la toca.
El oro de la tetera construye y mantiene una de las universidades más importantes del sur de los Estados Unidos, donde millares de jóvenes reciben el entrenamiento esencial para el éxito.
Si el producto de esa vieja tetera de bronce pudiera hablar, nos contaría escalofriantes historias de novela, en todos los idiomas. Novelas de amor, novelas de negocios, novelas de hombres y mujeres profesionales, que se ven estimulados a diario por ese producto. El autor está seguro de una de esas novelas por lo menos, pues tiene parte en ella, y todo empezó no muy lejos de donde el dependiente le compró al médico la vieja tetera. Allí fue donde el autor conoció a su esposa, y ella le habló por primera vez de la tetera encantada. Era el producto de aquella tetera lo que estaban bebiendo cuando él le pidió que lo aceptase «para lo mejor o lo peor».
Sea usted quien fuere, viva en donde viva, y sea cualquiera la ocupación a la que se dedique, recuerde en el futuro, cada vez que vea las palabras Coca Cola, que su vasto imperio de riqueza e influencia ha surgido de una sola idea, y que el misterioso ingrediente con que el dependiente de la droguería —Asa Candler— mezcló la fórmula secreta era… ¡la imaginación! Deténgase a pensar en ello por un momento.
Recuerde, además, que los pasos hacia la riqueza que se describen en este libro han sido los medios por los que la influencia de Coca-Cola se ha extendido a cada ciudad, pueblo, aldea y encrucijada del mundo, y que cualquier idea que usted pueda crear, tan buena y meritoria como la Coca-Cola, tiene la posibilidad de duplicar el récord de ese refresco mundialmente difundido.