La suma de dinero que se requiere para la construcción y el mantenimiento de los ferrocarriles y de los barcos usados para servirle a usted un desayuno tan sencillo es tan enorme que la imaginación se marea. Asciende a centenares de millones de dólares, por no mencionar siquiera los ejércitos de trabajadores especializados que son necesarios para tripular tales medios de transporte. Pero éste no es más que una mínima parte de las exigencias que la civilización moderna impone a Estados Unidos capitalista. Antes de que pueda haber nada que transportar, tiene que haber sido cultivado o fabricado, y preparado para el mercado. Y esto exige más millones y millones de dólares en equipo, maquinaria, embalajes, comercialización, y para pagar los salarios de millones de hombres y de mujeres.
Los barcos y los ferrocarriles no brotan de la tierra ni funcionan de manera automática. ¡Llegan en respuesta a la vocación civilizadora, gracias al esfuerzo, el ingenio y la capacidad de organización de personas dotadas de imaginación, fe, entusiasmo, decisión y perseverancia! Estas personas son conocidas como capitalistas. Están motivadas por el deseo de construir, edificar, conseguir, prestar servicios útiles, obtener un lucro y acumular riquezas. Y el hecho de ser los que prestan servicios sin los cuales la civilización no existiría, los encamina a la consecución de grandes riquezas.
Sin otro propósito que mantener mi discurso en un nivel simple y comprensible, añadiré que estos capitalistas son los mismísimos hombres de quienes casi todos nosotros hemos oído hablar a los oradores callejeros. Son los mismos hombres a quienes radicales, chantajistas, políticos deshonestos y líderes obreros corruptos califican de «intereses predatorios», o «Wall Street».
No es mi intención presentar ningún alegato a favor o en contra de ningún grupo de hombres ni de sistema económico alguno. El propósito de este libro —un propósito al que he consagrado más de medio siglo— es presentar, a todos los que deseen conocerla, la más confiable de las ideologías merced a las cuales los individuos puedan acumular riquezas en la cantidad que les apetezca.
He analizado aquí las ventajas económicas del sistema capitalista con el doble propósito de demostrar:
- Que todos aquellos que buscan riquezas deben rendir pleitesía al sistema que controla cualquier posibilidad de hacer fortuna, y adaptarse a él.
- Presentar la visión del cuadro opuesta a la que muestran los políticos y los demagogos que oscurecen deliberadamente los problemas que plantean al referirse al capital organizado como sí fuera un veneno contaminante.
Estados Unidos es una nación capitalista. Creció gracias al uso del capital, y más vale que nosotros, los que reivindicamos el derecho de compartir las bendiciones de la libertad y de la oportunidad, nosotros, los que tenemos como meta acumular riqueza, sepamos que ni las riquezas ni las oportunidades estarían a nuestro alcance si el capital organizado no nos hubiera proporcionado estos beneficios.
Sólo hay un método seguro de acumular riquezas y de aferrarse a ellas, y ese método es prestar servicios útiles y seguir creando necesidades ficticias. Jamás se ha creado sistema alguno por el cual los hombres puedan adquirir riquezas legalmente por la mera fuerza de los números, o sin dar a cambio, de una manera u otra, un valor equivalente.