Cincuenta y seis que se arriesgaron a la horca

Pero la mayor decisión de todos los tiempos, en lo que se refiere a los ciudadanos de lo que más tarde sería Estados Unidos, se tomó el 4 de julio de 1776, en Filadelfia, cuando cincuenta y seis hombres estamparon sus firmas en un documento que, como muy bien sabían, aportaría la libertad a todos los norteamericanos, o bien dejaría a cada uno de los cincuenta y seis colgado de una cuerda por el cuello.

Sin duda alguna habrá oído hablar de ese famoso documento, aunque tal vez no haya extraído del mismo la gran lección de logro personal que nos enseña de un modo tan sencillo.

Muchos recuerdan la fecha en que esa gran decisión fue tomada; pero pocos se dan cuenta del valor que se necesitó para ello. Recordamos nuestra historia, tal y como nos la enseñan; recordamos las fechas, y los nombres de los hombres que lucharon; recordamos Valley Forge y Yorktown; recordamos a George Washington y a lord Cornwallis. Pero, en realidad, sabemos muy poco acerca de las fuerzas reales que había detrás de estos nombres, fechas y lugares. Y sabemos menos todavía sobre ese poder intangible que nos aseguró la libertad, mucho antes de que los ejércitos de Washington llegaran a Yorktown.

Representa casi una tragedia que los historiadores hayan pasado por alto el hacer la más mínima referencia al poder irresistible que dio nacimiento y libertad a la nación destinada a establecer nuevos niveles de independencia para todos los pueblos de la Tierra. Y digo que eso es casi una tragedia porque precisamente se trata del mismo poder que todo individuo debe utilizar para superar las dificultades que se le presenten en la vida, y obligar a ésta a pagar el precio que se le pide.

Revisemos, aunque sólo sea de forma muy breve, acontecimientos que dieron lugar a ese poder. La historia comienza con un incidente ocurrido en Boston el 5 de marzo de 1770. Los soldados británicos trullaban por las calles, amenazando a los ciudadanos con su sola presencia. A los colonos no les gustaba ver hombres armados andando por sus ciudades. Empezaron a expresar abiertamente su resentimiento por este hecho, arrojando piedras y profiriendo insultos contra los soldados que patrullaban, hasta que el oficial al mando dio la orden: «¡Calen bayonetas…! ¡Carguen!».

La batalla que comenzó en ese momento tuvo como resultado la muerte de muchos, mientras que otros quedaron heridos. El incidente provocó tal resentimiento que la Asamblea Provincial (compuesta por colonos importantes) convocó una reunión con el propósito de emprender alguna acción concreta. Dos de los miembros de esa asamblea fueron John Hancock y Samuel Adams. Tomaron la palabra y hablaron con valentía, declarando que debían organizar un movimiento para expulsar de Boston a todos los soldados británicos.

Debemos recordar que eso fue una decisión surgida en la mente de dos hombres, lo que podemos considerar como el principio de la libertad que todos disfrutamos ahora en Estados Unidos. Tampoco podemos olvidar que la decisión de esos dos hombres exigía fe y coraje, porque era una decisión que entrañaba peligros.

Antes de que la asamblea terminara, Samuel Adams fue elegido para visitar al gobernador de la provincia, Hutchinson, con objeto de exigirle la retirada de las tropas británicas.

La petición fue aceptada, y los soldados se retiraron de Boston, pero el incidente no quedó zanjado por ello. Había provocado una situación cuyo desenlace estaría destinado a cambiar el rumbo de toda una civilización.