Una decisión que cambió la historia

La Corona nombró a Gage para sustituir a Hutchinson como gobernador de Massachusetts. Uno de los primeros actos del nuevo gobernador consistió en llamar a Samuel Adams por mediación de un mensajero, con el propósito de intentar detener su oposición, merced al temor.

Comprenderemos mucho mejor el espíritu de lo que sucedió si citamos la conversación mantenida entre el coronel Fenton (el mensajero enviado por Gage) y el propio Adams.

Coronel Fenton: «He sido autorizado por el gobernador Gage para asegurarle, señor Adams, que el gobernador ha sido dotado de amplios poderes para conferirle a usted tantos beneficios como le sean satisfactorios [intento de ganarse a Adams con la promesa de sobornos], con la condición de que abandone usted su oposición a las medidas del gobierno. El gobernador le aconseja que no continúe disgustando a Su Majestad. Su conducta le hace acreedor a los castigos previstos en una ley de Enrique VIII, por la que se puede enviar a Inglaterra a las personas para que allí sean juzgadas por traición, o encarceladas, por traición, a discreción del gobernador de una provincia. Pero si usted cambia su línea política no sólo obtendrá grandes ventajas personales, sino que también estará en paz con el Rey».

Samuel Adams tenía que escoger entre dos decisiones: cesar en su oposición, y recibir recompensas personales por ello, o continuar, y correr el riesgo de ser ahorcado.

Evidentemente, había llegado el momento en que Adams se veía obligado a tomar una decisión que podía costarle la vida. Adams insistió en que el coronel Fenton, bajo palabra de honor, le transmitiría al gobernador su respuesta, repitiendo con toda exactitud las mismas palabras que él le dijera.

La contestación de Adams fue: «Dígale al gobernador Gage que confío desde hace mucho tiempo en estar en paz con el Rey de Reyes. Ninguna consideración personal me inducirá a abandonar la justa causa de mi país. Y dígale al gobernador Gage que Samuel Adams le aconseja que no continúe insultando los sentimientos de un pueblo exasperado».

Cuando el gobernador Gage recibió la cáustica respuesta de Adams, montó en cólera y promulgó una proclama en la que se decía: «El abajo firmante, en nombre de Su Majestad, ofrece y promete su más gracioso perdón a todas aquellas personas que a partir de ahora abandonen las armas y regresen a los deberes propios de súbditos pacíficos. Las únicas excepciones del beneficio de tal perdón son Samuel Adams y John Hancock, cuyas ofensas, de naturaleza demasiado flagrante, no admiten otra consideración que la de un adecuado castigo».

Podríamos decir que tanto Adams como Hancock se encontraban en dificultades. La amenaza del airado gobernador obligó a los dos hombres a tomar otra decisión, igualmente peligrosa. Convocaron una apresurada reunión de sus más fieles seguidores. Una vez todos estuvieron presentes, Adams cerró la puerta con llave, se la metió en el bolsillo y les informó que era imperativo organizar un congreso de los colonos, y que nadie abandonaría aquella habitación hasta que se hubiera tomado la decisión de convocar dicho congreso.

A este anuncio siguió una gran excitación. Algunos sopesaron las posibles consecuencias de tal radicalismo. Otros expresaron graves dudas en cuanto a la prudencia y la conveniencia de una decisión tan definitiva, que desafiaba claramente a la Corona. Encerrados en aquella habitación había dos hombres inmunes al temor, ciegos ante la posibilidad del fracaso: Hancock y Adams. Gracias a la influencia de sus mentes, los demás fueron inducidos a aceptar que se debían establecer acuerdos, a través del Comité de Correspondencia, para convocar el Primer Congreso Continental, que se celebraría en Filadelfia el 5 de septiembre de 1774.

Vale la pena recordar esa fecha. Es mucho más importante que la del 4 de julio de 1776. Si no se hubiera tomado la decisión de convocar un Congreso Continental, tampoco se hubiese llevado a cabo la firma de la Declaración de Independencia.

Antes de que la primera reunión del nuevo Congreso se celebrara, otro líder, que se encontraba en otra parte del país, se hallaba profundamente enfrascado en la tarea de publicar una Sucinta exposición de los derechos de la América Británica. Se trataba de Thomas Jefferson, de la provincia de Virginia, cuyas relaciones con lord Dunmore (representante de la Corona en Virginia) eran tan tensas como las de Hancock y Adams con su gobernador.

Poco después de que se publicara Sucinta exposición de los derechos…, Jefferson fue informado de que había la orden de perseguirlo por alta traición contra el gobierno de Su Majestad. Inspirado por la amenaza, uno de los colegas de Jefferson, Patrick Henry, expresó con claridad lo que pensaba, y concluyó sus observaciones con una frase que se ha hecho clásica desde entonces: «Si esto es traición, que sea la mayor de todas».

Fueron hombres como éstos los que, sin poder, sin autoridad, sin Ejército y sin dinero, tomaron asiento en una solemne consideración del destino de las colonias, dando inicio así a la apertura del Primer Congreso Continental, que continuaron celebrando cada dos años, hasta que, el 7 de junio de 1776, Richard Henry Lee se levantó, se dirigió a la presidencia y, ante el asombro de la asamblea, presentó la siguiente moción:

«Caballeros, presento la moción de que estas Colonias Unidas son, y deben ser por derecho, Estados libres e independientes, absueltos de toda alianza con la Corona británica, y que toda conexión política entre ellos y el país del Reino Unido está disuelta, y así debe quedar».