Hay excepciones a esta regla; unas pocas personas conocen por experiencia lo sana que es la perseverancia. Son las personas que han aceptado la derrota sólo como algo temporal. Son las personas cuyos deseos se aplican de un modo tan perseverante, que la derrota acaba por transformarse en victoria. Los que estamos observando lo que ocurre en la vida vemos a un número abrumadoramente grande de personas desmoronadas por la derrota, que ya no vuelven a levantarse nunca. Vemos a los pocos que aceptan el castigo de la derrota como una urgencia de hacer un esfuerzo aún mayor. Estos últimos, por fortuna, nunca aprenden a aceptar los reveses de la vida. Pero lo que no vemos, lo que la mayoría de nosotros ni siquiera sospecha que exista, es el poder, silencioso pero irresistible, que acude al rescate de aquellos que siguen luchando frente al desánimo. Si hablamos de ese poder, lo denominamos perseverancia, y lo dejamos tal cual. Pero hay algo que todos debemos saber: si no se posee perseverancia, no se alcanza éxito notable alguno en ningún campo de actividad.
En el momento de escribir estas líneas, levanto la cabeza de mi trabajo y veo ante mí, a menos de una manzana de distancia, el grande y misterioso Broadway, el «Cementerio de las esperanzas muertas» y la «Puerta delantera de la oportunidad». A Broadway han acudido personas procedentes de todo el mundo en busca de fama, fortuna, poder, amor, o todo aquello que los seres humanos consideran éxito. De vez en cuando, mientras alguien abandona la larga procesión de buscadores, el inundo recibe la noticia de que otra persona ha logrado triunfar en Broadway. Pero Broadway no se conquista ni con facilidad ni con rapidez. Reconoce el talento, sabe distinguir el genio y recompensa en dinero después de que uno se haya negado a abandonar.
Sólo entonces sabemos que esa persona ha descubierto el secreto de cómo conquistar Broadway. Y ese secreto estará siempre indisolublemente unido a una palabra: ¡perseverancia!
El secreto se narra en la lucha de Fannie Hurst, cuya perseverancia le permitió conquistar el Gran Camino Blanco. Ella llegó a Nueva York en 1915 para transformar sus escritos en riqueza. Aunque esa transformación no se produjo de inmediato, llegó. Durante cuatro años, la señorita Hurst conoció «las aceras de Nueva York» a través de una experiencia de primera mano. De día trabajaba y de noche confiaba. Cuando el futuro parecía negro, ella no se decía: «¡Muy bien, Broadway, tú ganas!». Antes al contrario, pensaba: «Muy bien, Broadway, es posible que derrotes a algunos, pero no a mí. Yo te obligaré a que te entregues».
Un editor (el del Saturday Evening Post) le envió su trigesimosexta nota de rechazo antes de que ella lograra romper el hielo y consiguiera que le publicaran una historia. El escritor mediocre, al igual que todas las personas mediocres, hubiese abandonado la tarea en cuanto hubiera recibido el primer rechazo. Ella recorrió las calles durante cuatro años, porque estaba decidida a ganar.
Luego llegó la recompensa. El hechizo se había roto; el guía invisible había puesto a prueba a Fannie Hurst y ella la había superado. A partir de ese momento, los editores recorrieron el camino hasta su puerta. El dinero llegó con tanta rapidez que ella apenas si tenía tiempo para contarlo. Más tarde, la industria cinematográfica la descubrió, y el dinero no llegó en un goteo, sino en oleadas.
Brevemente, acaba de leer una descripción de lo que la perseverancia es capaz de conseguir. Fannie Hurst no es ninguna excepción. Allí donde los hombres y las mujeres acumulan grandes riquezas, puede estar seguro de que antes han adquirido perseverancia. Broadway es capaz de dar una taza de café y un bocadillo a cualquier mendigo, pero exige perseverancia de aquellos que apuestan por lo alto.
Kate Smith dirá «amén» cuando lea esto. Durante años, ella cantó, sin dinero y sin recompensa, delante de todo micrófono que le ponían delante. Broadway le dijo: «Ven y consíguelo, si puedes tomarlo». Ella lo tomó, hasta que un día feliz Broadway se cansó y dijo: «Ah, ¿de qué sirve? Nunca se sabe cuándo te vas a ir a otro lado, así que di tu precio y ponte a trabajar en serio». La señorita Smith indicó su precio. Y era muy alto.