Muchas personas creen que el éxito material es el resultado de «casualidades» favorables. Hay una parte de verdad en esa creencia, pero quienes dependen por completo de la suerte casi siempre se verán desilusionados, porque pasan por alto otro factor importante que debe hallarse presente antes de que uno pueda estar seguro del éxito. Se trata del conocimiento mediante el que se pueden producir «casualidades» favorables.
Durante la Depresión, W. C. Fields, el comediante, perdió todo su dinero y se encontró sin ingresos, sin trabajo y habiendo perdido hasta los me dios de ganarse la subsistencia (el vaudeville). Además, contaba con más de sesenta años, edad a la que muchos hombres se consideran «viejos». Él estaba tan ansioso por conseguir un regreso a los escenarios, que incluso se ofreció a trabajar gratis en un nuevo campo, el cine. Además de todos sus otros problemas, se cayó y se hirió en el cuello. Demasiadas cosas, las suficientes como para abandonar el lugar y dejarlo todo. Pero Fields perseveró. Sabía que si continuaba, antes o después, la «casualidad» se le presentaría, y lo hizo, pero no la casualidad.
Marie Dressler también se encontró en lo más bajo y arruinada; desaparecido todo su dinero, sin trabajo, cuando tenía unos sesenta años. Ella también buscó la «casualidad» y la encontró. Su perseverancia le produjo un éxito asombroso en el último período de su vida, mucho más allá de la edad en que la mayoría de los hombres y de las mujeres han abandonado ya su ambición de conseguir algo.
Eddie Cantor también perdió su dinero en el crash de la Bolsa de 1929, pero aún le quedaban la perseverancia y el valor. Dotado de estas dos armas, más dos ojos prominentes, se explotó a sí mismo hasta alcanzar unos ingresos de 10 000 dólares semanales. Desde luego, si uno tiene perseverancia se puede llegar muy lejos, incluso sin muchas de las otras cualidades.
La única «casualidad» en la que se puede confiar es aquella que uno ha sabido labrarse por sí mismo. Y eso es algo que se alcanza mediante la aplicación de la perseverancia. El punto de partida siempre es la definición del propósito.
Examine a las primeras cien personas que encuentre, pregúnteles qué es lo que más desean en la vida, y noventa y ocho de ellas le contestarán que no son capaces de decírselo. Si las presiona para que le den una respuesta, algunas de ellas dirán: seguridad; otras, dinero; unas pocas, felicidad; algunas otras, fama y poder; otras, reconocimiento social, una vida cómoda, habilidad para bailar, cantar o escribir. Pero ninguna de ellas será capaz de definir esos términos, o de ofrecer la menor indicación acerca de la existencia de un plan mediante el que confían alcanzar sus deseos, expresados de una forma tan vaga. Las riquezas no responden a los deseos, sólo a planes definidos, apoyados por deseos concretos, alcanzados a través de una constante perseverancia.