La perseverancia es un estado mental y, en consecuencia, se puede cultivar. Como todos los estados mentales, la perseverancia se basa en causas definidas, entre las que se encuentran las siguientes:
a) Definición de propósito. Saber lo que uno quiere es el primer paso, y quizás el más importante hacia el desarrollo de la perseverancia. Una motivación lo bastante fuerte nos fuerza a superar muchas dificultades.
b) Deseo. Resulta comparativamente fácil adquirir y mantener la perseverancia en persecución del objeto de un deseo intenso.
c) Confianza en sí mismo. Creer en la capacidad propia para llevar a cabo un plan le estimula a uno a conseguirlo con perseverancia. (Se puede desarrollar la confianza en sí mismo por medio del principio descrito en el capítulo sobre la autosugestión).
d) Definición de planes. Los planes organizados, aun cuando sean débiles y poco prácticos, estimulan la perseverancia.
e) Conocimiento exacto. La perseverancia se ve estimulada por el hecho de saber que los planes de uno son sanos, y que están basados en la experiencia o en la observación; «suponer» en lugar de «conocer» destruye la perseverancia.
f) Cooperación. La simpatía, la comprensión y la cooperación armoniosa con los demás tienden a desarrollar la perseverancia.
g) Fuerza de voluntad. El hábito de concentrar los pensamientos propios en la construcción de planes destinados al logro de un propósito definido conduce a la perseverancia.
h) Hábito. La perseverancia es el resultado directo del hábito. La mente absorbe y se convierte en una parte de las experiencias diarias de las que se alimenta. El temor, que es el peor de todos los enemigos, se puede curar con toda efectividad por la repetición forzada de actos de valor. Todo aquel que haya luchado en una guerra lo sabe muy bien.