Ahora estamos preparados para examinar el primero de esos principios. Mantenga una actitud de apertura mental y recuerde, a medida que vaya leyendo, que no son invención de nadie. Son principios que han funcionado para muchos hombres. Usted puede ponerlos a trabajar para su propio beneficio permanente.
Verá qué fácil es.
Hace algunos años, pronuncié el discurso de la entrega de diplomas en el Salem College, en Salem, Virginia Occidental. Acentué el principio descrito en el próximo capítulo con tal intensidad, que uno de los miembros de la clase que obtendría el diploma se lo apropió, y lo convirtió en parte de su forma de ver la vida. Ese joven llegó a ser miembro del Congreso y un personaje importante en la Administración de Franklin D. Roosevelt. Me escribió una carta en la que presenta con tanta claridad su opinión sobre el principio que trataremos en el próximo capítulo, que he decidido publicarla como introducción a dicho capítulo.
Le dará una idea a usted de los beneficios que le esperan.
Estimado Napoleon:
Dado que mi servicio como miembro del Congreso me ha proporcionado cierta comprensión de los problemas de hombres y mujeres, le escribo para ofrecerle una sugerencia que puede ser útil a millares de personas.
En 1922, usted pronunció un discurso en la entrega de diplomas en el Salem College, cuando yo era miembro de la clase que los recibiría. En aquel discurso, usted plantó en mí mente una idea a la que debo la oportunidad que ahora tengo de servir a la gente de mi Estado, y que será responsable, en gran medida, de cualquier éxito que yo pueda alcanzar en el futuro.
Recuerdo, como si hubiese sido ayer, la maravillosa descripción que usted hizo del método por el que Henry Ford, con muy pocos estudios, sin un dólar, sin amigos influyentes, llegó tan alto. Entonces resolví, incluso antes de que usted hubiera acabado su discurso, que me haría un lugar en la vida, sin que importara cuántas dificultades tuviera que afrontar.
Millares de jóvenes terminarán sus estudios universitarios este año, y los años venideros. Cada uno de ellos estará buscando un mensaje tan alentador como el que yo recibí de usted. Querrán saber a dónde acudir, qué hacer, cómo empezar en la vida. Usted puede decírselo, porque ha ayudado a resolver los problemas de mucha gente.
En Estados Unidos hay en la actualidad miles de jóvenes que quisieran saber cómo convertir sus ideas en dinero, gente que debe empezar desde abajo, sin dinero, y amortizar sus pérdidas. Si alguien puede ayudarles, es usted.
Si publica el libro, me gustaría tener el primer ejemplar que salga de la imprenta, autografiado por usted.
Con mis mejores deseos,
créame, cordialmente suyo.
JENNINGS RANDOLPH
Treinta y cinco años después de haber leído aquel discurso, fue un placer para mí regresar al Salem College en 1957 para hacer el discurso de la entrega de diplomas. En aquel entonces recibí el título de doctor honorario de Literatura del Salem College.
Desde aquella ocasión, en 1922, he visto prosperar a Jennings Randolph hasta llegar a ser ejecutivo de una de las más importantes líneas aéreas de la nación, un orador muy inspirado, y senador de Estados Unidos por Virginia Occidental.
TODO AQUELLO QUE LA MENTE HUMANA PUEDA CONCEBIR Y CREER SE PUEDE ALCANZAR.