El niño sordo que oyó

El pequeño niño sordo pasó por los grados escolares, la escuela secundaria y la universidad sin poder escuchar a sus maestros, excepto cuando gritaban fuertemente y de cerca. No asistió a una escuela para sordos. No permitimos que aprendiera el lenguaje de señas. Estábamos decididos a que viviera una vida normal y se relacionara con niños normales, y nos mantuvimos firmes en esa decisión, aunque nos costó muchas discusiones acaloradas con los funcionarios de la escuela.

Mientras estaba en la escuela secundaria, probó un audífono eléctrico, pero no le fue de utilidad; creíamos que se debía a una condición que se reveló cuando el niño tenía seis años, por el Dr. J. Gordon Wilson, de Chicago, cuando operó un lado de la cabeza del niño y descubrió que no había señales de equipo auditivo natural.

Durante su última semana en la universidad (dieciocho años después de la operación), sucedió algo que marcó el punto de inflexión más importante de su vida. A través de lo que parecía ser pura casualidad, se hizo con otro dispositivo auditivo eléctrico, que le fue enviado a prueba. Fue lento en probarlo, debido a su decepción con un dispositivo similar. Finalmente, tomó el instrumento y, más o menos despreocupadamente, se lo colocó en la cabeza, conectó la batería, y ¡he aquí que, como por arte de magia, su deseo de toda la vida de oír normalmente se hizo realidad! Por primera vez en su vida, escuchó prácticamente tan bien como cualquier persona con audición normal. “Dios obra de maneras misteriosas, para realizar sus maravillas”.

Eufórico por el Mundo Cambiado que se le había brindado a través de su dispositivo auditivo, corrió al teléfono, llamó a su madre y escuchó su voz perfectamente. Al día siguiente, escuchó claramente las voces de sus profesores en clase, ¡por primera vez en su vida! Anteriormente solo podía oírlos cuando gritaban, de cerca. Escuchó la radio. Escuchó las películas habladas. Por primera vez en su vida, podía conversar libremente con otras personas, sin la necesidad de que tuvieran que hablar en voz alta. Verdaderamente, había llegado a poseer un Mundo Cambiado. Nos habíamos negado a aceptar el error de la Naturaleza y, mediante un deseo persistente, habíamos inducido a la Naturaleza a corregir ese error, a través del único medio práctico disponible.

El deseo había comenzado a pagar dividendos, pero la victoria aún no estaba completa. El niño todavía tenía que encontrar una manera definitiva y práctica de convertir su discapacidad en un activo equivalente.