1. Todo aquel que haya tratado alguna vez de usar la oración para pedir algo ha experimentado lo que aparentemente es un fracaso. Esto es cierto no sólo en relación con cosas específicas que pudieran ser perjudiciales, sino también en relación con peticiones que están completamente de acuerdo con lo que este curso postula. Esto último, en particular, puede interpretarse incorrectamente como una prueba de que el curso no es sincero en lo que afirma. Tienes que recordar, no obstante, que el curso afirma, y repetidamente, que su propósito es ayudarte a escapar del miedo.
2. Supongamos, pues, que lo que le pides al Espíritu Santo es lo que realmente deseas, pero aún tienes miedo de ello. Si ese fuese el caso, obtenerlo ya no sería lo que deseas. Por eso es por lo que algunas formas específicas de curación no se logran, aun cuando se haya logrado el estado de curación. Un individuo puede pedir ser curado físicamente porque tiene miedo del daño corporal. Al mismo tiempo, si fuese curado físicamente, la amenaza que ello representaría para su sistema de pensamiento podría causarle mucho más miedo que la manifestación física de su aflicción. En ese caso no estaría pidiendo realmente que se le liberase del miedo, sino de un síntoma que él mismo eligió. Por lo tanto, no estaría pidiendo realmente ser curado.
3. La Biblia subraya que toda oración recibirá respuesta, y esto es absolutamente cierto. El hecho mismo de que se le haya pedido algo al Espíritu Santo garantiza una respuesta. Es igualmente cierto, no obstante, que ninguna de las respuestas que Él dé incrementará el miedo. Es posible que Su respuesta no sea oída. Es imposible, sin embargo, que se pierda. Hay muchas respuestas que ya has recibido pero que todavía no has oído. Yo te aseguro que te están esperando.
4. Si quieres tener la certeza de que tus oraciones son contestadas, nunca dudes de un Hijo de Dios. No pongas en duda su palabra ni lo confundas, pues la fe que tienes en él es la fe que tienes en ti mismo. Si quieres conocer a Dios y Su Respuesta, cree en mí cuya fe en ti es inquebrantable. ¿Cómo ibas a poder pedirle algo al Espíritu Santo sinceramente, y al mismo tiempo dudar de tu hermano? Cree en la veracidad de sus palabras por razón de la verdad que mora en él. Te unirás a la verdad en él, y sus palabras serán verdaderas. Al oírlo a él me oirás a mí. Escuchar la verdad es la única manera de poder oírla ahora y de finalmente conocerla.
5. El mensaje que tu hermano te comunica depende de ti. ¿Qué te está diciendo? ¿Qué desearías que te dijese? Lo que hayas decidido acerca de tu hermano determina el mensaje que recibes. Recuerda que el Espíritu Santo mora en él, y Su Voz te habla a través de él. ¿Qué podría decirte un hermano tan santo, excepto la verdad? Mas ¿le escuchas? Es posible que tu hermano no sepa quién es, pero en su mente hay una luz que sí lo sabe. El resplandor de esta luz puede llegar hasta tu mente, infundiendo verdad a sus palabras y haciendo posible el que las puedas oír. Sus palabras son la respuesta que el Espíritu Santo te da a ti. ¿Es la fe que tienes en tu hermano lo suficientemente grande como para permitirte oír dicha respuesta?
6. No puedes rezar sólo para ti, de la misma manera en que no puedes encontrar dicha sólo para ti. La oración es la re-afirmación de la inclusión, dirigida por el Espíritu Santo de acuerdo con las leyes de Dios. En tu hermano reside tu salvación. El Espíritu Santo se extiende desde tu mente a la suya, y te contesta. No puedes oír la Voz que habla por Dios sólo en ti, porque no estás solo. Y Su respuesta va dirigida únicamente a lo que eres. No podrás saber la confianza que tengo en ti a no ser que la extiendas. No tendrás confianza en la dirección que te ofrece el Espíritu Santo, o no creerás que es para ti, a menos que la oigas en otros. Tiene que ser para tu hermano por el hecho de que es para ti. ¿Habría acaso creado Dios una Voz que fuese sólo para ti? ¿Cómo podrías oír Su respuesta, excepto cuando el Espíritu Santo responde a todos los Hijos de Dios? Oye de tu hermano lo que quisieras que yo oyese de ti, pues tú no querrías que yo fuese engañado.
7. Al igual que Dios, yo te quiero por razón de la verdad que mora en ti. Tal vez tus engaños te engañen a ti, pero a mí no me pueden engañar. Puesto que sé lo que eres, no puedo dudar de ti. Oigo sólo al Espíritu Santo en ti, Quien me habla a través de ti. Si me quieres oír, oye a mis hermanos en quienes la Voz que habla por Dios se expresa. La respuesta a todas tus oraciones reside en ellos. Recibirás la respuesta a medida que la oigas en todos tus hermanos. No escuches nada más, pues, de lo contrario, no estarás oyendo correctamente.
8. Cree en tus hermanos porque yo creo en ti, y aprenderás que está justificado que yo crea en ti. Cree en mí creyendo en ellos, en virtud de lo que Dios les dio. Te contestarán si aprendes a pedirles solamente la verdad. No pidas bendiciones sin bendecirlos, pues sólo de esta manera puedes aprender cuán bendito eres. Al seguir este camino estarás buscando la verdad en ti. Esto no es ir más allá de ti mismo, sino hacia ti mismo. Oye únicamente la Respuesta de Dios en Sus Hijos, y se te habrá contestado.
9. No creer es estar en contra, o atacar. Creer es aceptar, y también ponerse de parte de aquello que aceptas. Creer no es ser crédulo, sino aceptar y apreciar. No puedes apreciar aquello en lo que no crees ni puedes sentirte agradecido por algo a lo que no le atribuyes valor. Por juzgar se tiene que pagar un precio porque juzgar es fijar un precio. Y el precio que fijes es el que pagarás.
10. Si pagar se equipara con obtener, fijarás el precio bajo, pero exigirás un alto rendimiento. Te habrás olvidado de que poner precio es evaluar, de tal modo que el rendimiento que recibes es directamente proporcional al valor atribuido. Por otra parte, si pagar se asocia con dar no se puede percibir como una pérdida, y la relación recíproca entre dar y recibir se reconoce. En este caso se fija un precio alto debido al valor del rendimiento. Por obtener hay que pagar un precio: se pierde de vista lo que tiene valor, haciendo inevitable el que no estimes lo que recibes. Al atribuirle poco valor, no lo apreciarás ni lo desearás.
11. Nunca te olvides, por consiguiente, de que eres tú el que determina el valor de lo que recibes, y el que fija el precio de acuerdo con lo que das. Creer que es posible obtener mucho a cambio de poco es creer que puedes regatear con Dios. Las leyes de Dios son siempre justas y perfectamente consistentes. Al dar, recibes. Pero recibir es aceptar, no tratar de obtener algo. Es imposible no tener, pero es posible que no sepas que tienes. Estar dispuesto a dar es reconocer que tienes, y sólo estando dispuesto a dar puedes reconocer lo que tienes. Lo que das, por lo tanto, equivale al valor que le has adjudicado a lo que tienes, al ser la medida exacta del valor que le adjudicas. Y esto, a su vez, es la medida de cuánto lo deseas.
12. Así pues, sólo puedes pedirle algo al Espíritu Santo dándole algo, y sólo puedes darle algo allí donde lo reconoces. Si reconoces al Espíritu Santo en todos, imagínate cuánto le estarás pidiendo y cuánto habrás de recibir. Él no te negará nada porque tú no le habrás negado nada a Él, y de este modo podrás compartirlo todo. Ésta es la manera, y la única manera, de disponer de Su respuesta porque Su respuesta es lo único que puedes pedir y lo único que puedes desear. Dile, pues, a todo el mundo: Puesto que mi voluntad es conocerme a mí mismo, te veo a ti como el Hijo de Dios y como mi hermano.