VII. La decisión en favor de Dios

1. ¿Crees realmente que puedes fabricar una voz que pueda ahogar a la de Dios? ¿Crees realmente que puedes inventar un sistema de pensamiento que te pueda separar de Él? ¿Crees realmente que puedes encargarte de tu seguridad y de tu dicha mejor que Él? No tienes que ser ni cuidadoso ni descuidado; necesitas simplemente echar sobre Sus Hombros toda angustia, pues Él cuida de ti. Él cuida de ti porque te ama. Su Voz te recuerda continuamente que tienes motivos para sentirte esperanzado debido a que estás a Su cuidado. No puedes elegir excluirte de Su cuidado porque ésa no es Su Voluntad, pero puedes elegir aceptar Su cuidado y usar el poder infinito de éste en beneficio de todos los que Él creó mediante él.

2. Han sido muchos los sanadores que no se curaron a sí mismos. No movieron montañas con su fe porque su fe no era absoluta. Algunos de ellos ocasionalmente curaron enfermos, mas no resucitaron a ningún muerto. A menos que el sanador se cure a sí mismo, no podrá creer que no hay grados de dificultad en los milagros. No habrá aprendido que toda mente que Dios haya creado es igualmente digna de ser sanada porque Él la creó íntegra. Se te pide simplemente que le devuelvas a Dios tu mente tal como Él la creó. Dios te pide únicamente lo que Él te dio, sabiendo que mediante esa entrega sanarás. La cordura no es otra cosa que plenitud, y la cordura de tus hermanos es también la tuya.

3. ¿Por qué prestarle atención a las continuas y dementes exigencias que crees que se te hacen, cuando puedes saber que la Voz que habla por Dios se encuentra en ti? Dios te encomendó Su Espíritu, y te pide que tú le encomiendes el tuyo. Su Voluntad dispone que éste permanezca en perfecta paz porque tú eres de una misma mente y de un mismo espíritu con Él. El último recurso desesperado del ego en defensa de su propia existencia es excluirte de la Expiación. Ello refleja a la vez la necesidad del ego de mantenerse separado, y el hecho de que tú estás dispuesto a ponerte de parte de la separación por la que él aboga. El hecho de que estés dispuesto a ello significa que no quieres sanar.

4. Pero ha llegado el momento. No se te ha pedido que elabores el plan de la salvación porque, como ya te dije anteriormente, el remedio no pudo haber sido obra tuya. Dios Mismo te dio la Corrección perfecta para todo lo que has inventado que no esté de acuerdo con Su santa Voluntad. Te estoy haciendo perfectamente explícito Su plan, te diré también cuál es tu papel en él y cuán urgente es que lo lleves a cabo. Dios se lamenta ante el "sacrificio" de Sus Hijos que creen que Él se olvidó de ellos.

5. Siempre que no te sientes completamente dichoso es porque has reaccionado sin amor ante una de las creaciones de Dios. Al percibir eso como un pecado te pones a la defensiva porque prevés un ataque. Tú eres el que toma la decisión de reaccionar de esa manera, y, por lo tanto, la puedes revocar. No puedes revocarla arrepintiéndote en el sentido usual de la palabra porque eso implicaría culpabilidad. Si sucumbes al sentimiento de culpabilidad, reforzarás el error en vez de permitir que sea deshecho.

6. Tomar esta decisión no puede ser algo difícil. Esto es obvio, si te percatas de que si no te sientes completamente dichoso es porque tú mismo así lo has decidido. Por lo tanto, el primer paso en el proceso de des-hacimiento es reconocer que decidiste equivocadamente a sabiendas, pero que con igual empeño puedes decidir de otra manera. Sé muy firme contigo mismo con respecto a esto, y mantente plenamente consciente de que el proceso de des-hacimiento, que no procede de ti, se encuentra no obstante en ti porque Dios lo puso ahí. Tu papel consiste simplemente en hacer que tu pensamiento retorne al punto en que se cometió el error, y en entregárselo allí a la Expiación en paz. Repite para tus adentros lo que sigue a continuación tan sinceramente como puedas, recordando que el Espíritu Santo responderá de lleno a tu más leve invitación: Debo haber decidido equivocadamente porque no estoy en paz. Yo mismo tomé esa decisión, por lo tanto, puedo tomar otra. Quiero tomar otra decisión porque deseo estar en paz. No me siento culpable porque el Espíritu Santo, si se lo permito, anulará todas las consecuencias de mi decisión equivocada. Elijo permitírselo, al dejar que Él decida en favor de Dios por mí.