1. La Voluntad de Dios es que tú encuentres la salvación. ¿Cómo, entonces, no te iba a haber proporcionado los medios para encontrarla? Si Su Voluntad es que te salves, tiene que haber dispuesto que alcanzar la salvación fuese posible y fácil. Tienes hermanos por todas partes. No tienes que buscar la salvación en parajes remotos. Cada minuto y cada segundo te brinda una oportunidad más para salvarte. No dejes pasar esas oportunidades, no porque no vayan a repetirse, sino porque demorar la dicha es innecesario. La Voluntad de Dios es que seas completamente feliz ahora. ¿Cómo podría ser que ésa no fuese también tu voluntad? ¿Y sería posible asimismo que ésa no fuese también la voluntad de tus hermanos?
2. Ten presente, pues, que sólo en esa voluntad conjunta, y sólo en ella, os encontráis unidos. Podrá haber desacuerdo en todo lo demás, pero no en esto. Ahí, pues, es donde mora la paz. Y tú moras en paz cuando así lo decides. Pero no puedes morar en paz a menos que aceptes la Expiación porque la Expiación es el camino que conduce a la paz. La razón de ello es muy simple, y tan obvia que a menudo se pasa por alto. El ego le tiene miedo a lo obvio porque lo obvio es la característica esencial de la realidad. No obstante, tú no puedes pasarla por alto a menos que no estés mirando.
3. Es perfectamente obvio que si el Espíritu Santo contempla con amor todo lo que percibe, también te contempla a ti con amor. La evaluación que Él hace de ti se basa en Su conocimiento de lo que eres, y es, por lo tanto, una evaluación correcta. Y esta evaluación tiene que estar en tu mente porque Él lo está. El ego está también en tu mente porque aceptaste que estuviese ahí. La evaluación que él hace de ti, no obstante, es exactamente la opuesta a la del Espíritu Santo, pues el ego no te ama. No es consciente de lo que eres, y desconfía totalmente de todo lo que percibe debido a que sus percepciones son tan variables. El ego, por lo tanto, es capaz de ser desconfiado en el mejor de los casos, y cruel en el peor. Ésa es la gama de sus posibilidades. No puede excederla debido a su incertidumbre. Y no puede ir más allá de ella porque nunca puede estar seguro de nada.
4. Tienes, pues, dos evaluaciones conflictivas de ti mismo en tu mente, y ambas no pueden ser ciertas. Todavía no te has dado cuenta de cuán extremadamente diferentes son porque no entiendes cuán elevada es realmente la percepción que el Espíritu Santo tiene de ti. El Espíritu Santo no se engaña con respecto a nada de lo que haces, porque nunca se olvida de lo que eres. El ego se engaña con respecto a todo lo que haces, especialmente cuando respondes al Espíritu Santo, ya que en esos momentos su confusión aumenta. Es muy probable, por lo tanto, que el ego te ataque cuando reaccionas amorosamente, ya que te ha evaluado como incapaz de ser amoroso y estás contradiciendo su juicio. El ego atacará tus motivos tan pronto como éstos dejen de estar claramente de acuerdo con la percepción que él tiene de ti. En ese caso es cuando pasa súbitamente de la sospecha a la perversidad, ya que su incertidumbre habrá aumentado. Es evidente, no obstante, que no tiene objeto devolverle el ataque. Pues ¿qué podría significar eso, sino que estás de acuerdo con su evaluación acerca de lo que eres?
5. Si eliges considerarte a ti mismo como incapaz de ser amoroso no podrás ser feliz. Te estarás auto-condenando y no podrás por menos que considerarte inadecuado. ¿Acudirías entonces al ego para que te ayudase a escapar de la sensación de insuficiencia que él mismo ha provocado y que tiene que preservar para proteger su existencia? ¿Cómo ibas a poder escaparte de su evaluación valiéndote de los mismos métodos que él utiliza para conservar esa imagen intacta?
6. No puedes evaluar un sistema de creencias demente desde su interior. Su campo de acción impide esa posibilidad. Lo único que puedes hacer es salirte de él, examinarlo desde una perspectiva de cordura y notar la diferencia. Sólo mediante este contraste puede la demencia ser juzgada como demente. Aunque dispones de la grandeza de Dios, has elegido ser insignificante y lamentarte de tu pequeñez. Dentro del sistema que impuso esta elección, lamentarse es inevitable. En él tu pequeñez se da por sentada y no te detienes a preguntar: "¿Quién lo decidió así?" La pregunta no tiene ningún sentido dentro del sistema de pensamiento del ego, ya que pondría en entredicho todo el sistema en sí.
7. He dicho que el ego no sabe lo que es una verdadera pregunta. La falta de conocimiento, de la clase que sea, está siempre asociada con una renuencia a saber, y esto da lugar a una completa ausencia de conocimiento simplemente porque el conocimiento es total. No cuestionar tu pequeñez, por lo tanto, es negar todo conocimiento y mantener intacto todo el sistema de pensamiento del ego. No puedes conservar sólo una parte de un sistema de pensamiento, ya que éste únicamente se puede poner en duda cuestionando sus cimientos. Y esto se debe hacer desde fuera de él, porque dentro, sus cimientos se mantienen firmes. El Espíritu Santo juzga contra la realidad del sistema de pensamiento del ego simplemente porque sabe que sus cimientos son falsos. Por lo tanto, nada que procede de él significa nada. El Espíritu Santo juzga cualquier creencia que tengas de acuerdo con su procedencia. Si procede de Dios, sabe que es verdadera. Si no procede de Él, sabe que no significa nada.
8. Siempre que pongas en duda tu valor, di: Dios Mismo está incompleto sin mí. Recuerda esto cuando el ego te hable, y no le oirás. La verdad acerca de ti es tan sublime que nada que sea indigno de Dios puede ser digno de ti. Decide, pues, lo que deseas desde este punto de vista, y no aceptes nada que no sea digno de ser ofrecido a Dios. No deseas nada más. Devuélvele tu parte, y Él te dará la totalidad de Sí Mismo a cambio de la devolución de lo que es Suyo y de lo que le restaura Su plenitud.