1. El Reino, al igual que este mundo, es el resultado de ciertas premisas. Puede que hayas llevado el razonamiento del ego a su conclusión lógica, que es una confusión total con respecto a todo. Si realmente vieses lo que resulta de ese razonamiento, lo repudiarías. La única razón por la que pudieras desear algún aspecto de lo que resulta de ese razonamiento es que no alcanzas a ver su totalidad. Estás dispuesto a examinar las premisas del ego, pero no su conclusión lógica. ¿No sería posible que hubieses hecho lo mismo con las premisas de Dios? Tus creaciones son la conclusión lógica de Sus premisas. El Pensamiento de Dios las ha establecido para ti. Se encuentran exactamente donde les corresponde estar. Y donde les corresponde estar es en tu mente, como parte de tu identificación con la Suya. Sin embargo, tu estado mental, así como el reconocimiento por tu parte de lo que se encuentra en tu mente, dependen de lo que crees acerca de ella. Sean cuales sean estas creencias, constituyen las premisas que habrán de determinar lo que aceptes en tu mente.
2. No cabe duda de que puedes aceptar en tu mente lo que no se encuentra en ella, así como también negar lo que sí se encuentra en ella. Sin embargo, aunque puedes negar la función que Dios Mismo le encomendó a tu mente a través de la Suya, no puedes evitar su expresión. Esa función es la conclusión lógica de lo que eres. La capacidad para ver la conclusión lógica de algo depende de que estés dispuesto a verla, pero la verdad de esa conclusión no tiene nada que ver con que estés dispuesto. La verdad es la Voluntad de Dios. Comparte Su Voluntad y estarás compartiendo Su conocimiento. Niega que Su Voluntad sea la tuya, y estarás negando Su Reino y el tuyo.
3. El Espíritu Santo te dirigirá sólo a fin de evitarte dolor. Obviamente nadie se opondría a este objetivo si lo reconociese. Mas el problema no estriba en si lo que el Espíritu Santo dice es verdad o no, sino en si quieres escucharle o no. No puedes reconocer lo que es doloroso, de la misma manera en que tampoco sabes lo que es dichoso, y, de hecho, eres muy propenso a confundir ambas cosas. La función primordial del Espíritu Santo es enseñarte a distinguir entre una y otra. Lo que a ti te hace dichoso le causa dolor al ego, y mientras tengas dudas con respecto a lo que eres, seguirás confundiendo la dicha con el dolor. Esta confusión es la causa del concepto de sacrificio. Obedece al Espíritu Santo, y estarás renunciando al ego. Pero no estarás sacrificando nada. Al contrario, estarás ganándolo todo. Si creyeses esto, no tendrías conflictos.
4. Por eso es por lo que tienes que demostrarte a ti mismo lo obvio. Para ti no es obvio. Crees que hacer lo opuesto a la Voluntad de Dios va a ser más beneficioso para ti. Crees también que es posible hacer lo opuesto a la Voluntad de Dios. Por lo tanto, crees que tienes ante ti una elección imposible, la cual es a la vez temible y deseable. Sin embargo, Dios dispone, no desea. Tu voluntad es tan poderosa como la Suya porque es la Suya. Los deseos del ego no significan nada porque el ego desea lo imposible. Puedes desear lo imposible, pero sólo puedes ejercer tu voluntad en armonía con la de Dios. En eso estriba la debilidad del ego, así como tu fortaleza.
5. El Espíritu Santo siempre se pone de tu parte y de parte de tu fortaleza. Mientras en una u otra forma rehúses seguir las directrices que te da, es que quieres ser débil. Mas la debilidad es atemorizante. ¿Qué otra cosa, entonces, podría significar esta decisión, excepto que quieres estar atemorizado? El Espíritu Santo nunca exige sacrificios, el ego, en cambio, siempre los exige. Cuando estás confundido con respecto a la diferencia entre esas dos motivaciones, ello sólo puede deberse a la proyección. La proyección es una confusión de motivaciones, y, dada esta confusión, tener confianza se vuelve imposible. Nadie obedece de buen grado a un guía en el que no confía, pero eso no quiere decir que el guía no sea digno de confianza. En este caso, siempre significa que el seguidor es el que no lo es. Sin embargo, esto también depende de sus propias creencias. Al creer que puede traicionar, cree que todo lo puede traicionar a él. Mas esto sólo se debe a que eligió un falso consejo. Incapaz de seguir ese consejo sin miedo, asocia el miedo con el consejo y se niega a seguir cualquier tipo de consejo. No es sorprendente que lo que resulta de esta decisión sea confusión.
6. El Espíritu Santo, al igual que tú, es digno de toda confianza. Dios Mismo confía en ti, por lo tanto, el hecho de que eres digno de toda confianza es incuestionable. Será siempre incuestionable, no importa cuánto dudes de ello. Dije antes que tú eres la Voluntad de Dios. Su Voluntad no es un deseo trivial, y tu identificación con Su Voluntad no es algo optativo, puesto que es lo que tú eres. Compartir Su Voluntad conmigo no es optativo tampoco, aunque parezca serlo. La separación radica precisamente en este error. La única manera de escaparse del error es decidiendo que no tienes nada que decidir. Se te dio todo porque así lo dispuso Dios. Ésa es Su Voluntad, y tú no puedes revocar lo que Él dispone.
7. Ni siquiera el abandono de la falsa prerrogativa de tomar decisiones -que con tanto celo guarda el ego- se puede lograr deseándolo. La Voluntad de Dios, Quien nunca te dejó desamparado, lo logró por ti. Su Voz te enseñará a distinguir entre el dolor y la dicha, y te librará de la confusión a la que has dado lugar. No hay confusión alguna en la mente de un Hijo de Dios cuya voluntad no puede sino ser la Voluntad del Padre, toda vez que la Voluntad del Padre es Su Hijo.
8. Los milagros están en armonía con la Voluntad de Dios, la cual tú no conoces porque estás confundido con respecto a lo que tú dispones. Esto significa que estás confundido con respecto a lo que eres. Si eres la Voluntad de Dios, y no aceptas Su Voluntad, estás negando la dicha. El milagro es, por lo tanto, una lección acerca de lo que es la dicha. Por tratarse de una lección acerca de cómo compartir es una lección de amor, que es a su vez dicha. Todo milagro es, pues, una lección acerca de lo que es la verdad, y al ofrecer lo que es verdad estás aprendiendo a distinguir entre la dicha y el dolor.