El camino del Confucianismo

Confucio dijo: "En cuanto al camino, el hombre inteligente va más allá de él; el imbécil no avanza lo suficiente" (El Chang Yong, 4)."...Cuando un hombre lleva a cabo los principios de la igualdad y la reciprocidad, no está lejos de la ley universal. No hagas a los demás lo que no quieras que los demás te hagan" (El justo medio del Tsesze XIII).

Confucio nació en China en la misma época que Buda en la India y Pitágoras en Grecia, en el año 552 a. C.

Al igual que la mayoría de los líderes éticos y morales verdaderamente grandes, no escribió nada. Un siglo después de su muerte sus discípulos recopilaron sus enseñanzas en cuatro obras importantes llamadas el Shu (los Cuatro Clásicos). De éstas, la principal obra sobre ética se considera el Luen Yu.

Confucio fue un hombre, no un Dios. No enuncio máximas teóricas ni universales. No ofreció fórmulas para la humanidad ni mandamientos divinos. Evitó tratar el misticismo y los asuntos espirituales y se dedicó más bien a lo tangible, a las actividades diarias, a las complejidades y dilemas de la vida.

Se le conoce como el más grande maestro de la historia china, pues dedicó su vida completa a las enseñanzas humanistas y a la formación del carácter moral. Se puede decir que, en esencia, fue más un reformador social que un líder religioso. Su preocupación primordial fue estimular al individuo para que tuviera la valentía de ser él mismo y adquiriera la sabiduría necesaria para formar parte activa de la sociedad en la que vivía. De hecho, el propósito de toda autorrealización, según Confucio, es ayudamos a nosotros mismos a descubrir la parte que nos corresponde en el proceso de ordenar y armonizar el mundo.

En el capítulo V de El Gran Aprendizaje, Confucio dice:

"Los ancianos que desean mostrar al mundo sus caracteres refinados, primero deben ordenar sus estados. Aquellos que desearan ordenar sus estados harían bien en primero regular sus hogares. Aquellos que desearan regular sus hogares deberían primero cultivar su persona".

Y continúa:

"Aquellos que desearan cultivar su persona, primero rectificarían sus mentes. Aquellos que quisieran rectificar sus mentes, primero buscarían la sinceridad de sus voluntades. Aquellos que buscaran la sinceridad de sus voluntades, primero ampliarían sus conocimientos. La ampliación del conocimiento depende de la investigación de las cosas.

Cuando se investigan las cosas, el conocimiento se amplía; cuando el conocimiento se amplía, se adquiere la seguridad de la voluntad; cuando se adquiere la seguridad de la voluntad, la mente se rectifica, cuando la mente se rectifica, se cultiva la persona."

En esencia, para los seguidores de Confucio, esto señala el camino hacia el pleno funcionamiento en el aspecto humano. Sugiere la investigación activa en nombre del conocimiento; este conocimiento se dirige a fortalecer la mente así como la voluntad, y el resultado es el cultivo continuo de la persona y de la sociedad. Así se desarrolla el zen, la armonía perfecta, la cual concierne primordialmente al crecimiento del respeto a sí mismo, de la magnanimidad, de la buena fe, de la lealtad, de la diligencia y de la beneficencia.

La calidad de persona, para Confucio, no era un estado de perfección, sino más bien un cambio constante, un estado muy humano, a menudo acompañado por la ansiedad. Dijo de sí mismo lo siguiente: “No aplicarme en la adquisición de la virtud, no comprender claramente lo que estudio, no cumplir lo que considero es mi deber, no preocuparme por mis faltas: estas son mis angustias” (Luen Yu, VII,3).

En un excelente libro llamado Confucius and Chínese Humanism (1969), el autor, Pierre Du-Dunh, describe la persona de Confucio de una manera muy clara. Sugiere que como Confucio era ejemplo de su idea acerca de la persona que funciona plenamente como tal, le parece apropiado describir sus cualidades personales. Relata que “su forma de ser era tranquila, gentil, era austero e inspiraba respeto sin ocasionar temor. Era grave y sereno, pero al mismo tiempo cordial y alegre. Era respetuoso y dado a actuar sensible y espontáneamente. Era al mismo tiempo noble y humilde. Tenía una imagen precisa y consciente de sí mismo y dedicaba todas sus energías a ser lo que quería ser”. ¡Ejemplar, en verdad!

Para Confucio las personas que funcionan plenamente como tales, no solamente se ocupan del cultivo de sí mismas y de la armonía, sino también de las relaciones con otros seres humanos. Sentirían profundamente el que una persona sólo llegara a ser plenamente humana si se encontrara unida a otra u otras. La esencia de esta unión sería el amor, ya que sin amor no podría existir verdadera calidad humana en la persona.

No existe, por lo tanto, lugar para la negligencia, la hipocresía, la deshonestidad, la falsedad, el egoísmo o el criterio estrecho, ya que la meta del confuciano que funciona plenamente es la unificación de todas las cosas en la comunión de las polaridades del darse y amarse a sí mismo que, para él, son una sola cosa.

La plena humanidad, para la persona, proviene de nuestra lucha por la cultivación humana y la perfectibilidad y de la aplicación, de esta unificación que perfecciona, de sí mismo a los demás, al estado y al mundo.