La primera vez que vi a mi hija en la pantalla del ecógrafo, el ginecólogo me dijo con una media sonrisa: «Aquí la tienes. Es un parásito perfecto. Vas a ser su refugio, su alimento y su protección hasta que ella pueda valerse por sí misma». De forma instintiva y automática, todo mi ser estaba ya volcado en ese papel con pasión: mi sistema inmunológico, mis niveles de glucosa, los latidos de mi corazón y, por supuesto, todo mi cerebro, regado por olas desconocidas hasta entonces de hormonas que servían al pequeño ser que albergaba en mí. Era la vida, que se imponía a la fuerza, con asombrosa precisión y eficacia. Me pareció un momento inquietante, pero extraordinario.
La vida de las personas está constantemente marcada por etapas similares, acompañadas por cambios fisiológicos precisos y automáticos. Durante años, rigen de forma automatizada y poderosa estas etapas evolutivas de la vida, que incluyen el nacimiento, la pubertad, la etapa de crianza de los hijos y la madurez. Pero no las celebramos todas: el parámetro con el cual decidimos cuáles son bienvenidas es el de la utilidad evolutiva, basada de forma descarada en la juventud física, esto es, sobre el atractivo sexual y la fertilidad. Este altar a la juventud biológica implica el desprecio hiriente a la transformación de las personas a lo largo de toda la vida.
La tiranía de la edad es un prejuicio profundo y arraigado, basado sobre ese instinto evolutivo clamoroso. No nos dejan envejecer de forma creativa y plena. La sociedad refleja una imagen vergonzante y disminuida de las etapas de madurez. Y como las expectativas se suelen cumplir como una profecía, muchas personas se adentran con vergüenza y temor en esas etapas de la vida.
El paso a la madurez es algo relativamente nuevo: a principios del siglo XX, la media de vida estaba en torno a los cuarenta y nueve años. Pocos teníamos la posibilidad de reinventarnos como seres únicos e independientes al margen del papel evolutivo del que nos dotó la naturaleza, hace miles de millones de años. ¿Cuándo podremos celebrar cualquier etapa como celebramos el primer trabajo, una boda, un nacimiento y cualesquiera de los capítulos fundamentales que nos acompañan a lo largo de nuestro camino?
No es solo la edad: los cambios de trabajo, de perspectiva, de actitud, de pareja...
Todos ellos son cambios cada vez más frecuentes en una sociedad más líquida, que nos invita a vivir varias vidas en una. Celebrar cualquier etapa es una forma de integrarla, de aceptar que estamos en constante transformación, que cualquier cambio puede aportarnos algo bueno.
Celebra tus logros y tus ritos de pasaje, tus cambios de etapa, pequeños y grandes, porque ellos te permiten abrir nuevas puertas, descubrir nuevos mundos.
«Ojalá tus elecciones reflejen tus esperanzas, no tus miedos.»
Nelson Mandela