Rachel Carson: La fuerza de una sola voz

«Si tuviera influencia sobre las hadas, les pediría que concedieran a cada niño el don del asombro, un don tan indestructible que les durase una vida entera.»
Rachel Carson

La naturaleza habla un idioma tan sutil que a veces nos cuesta percibir su canción, su magia. Los árboles tienen su propia canción: las raíces se nutren de los hongos simbióticos; las hojas olfatean el aire y emiten alertas químicas para que las orugas controlen a los parásitos; los pájaros dispersan las semillas; las células fotosintéticas hacen suyo el poder del sol... Todo está relacionado, ninguna frontera o condición es inmutable en el mundo natural. La vida entera gira en torno a nuestras relaciones, a cómo nos cuidamos, ayudamos y reforzamos los unos a los otros, consciente e inconscientemente. Y es que en la naturaleza, dice la bióloga y escritora naturalista Rachel Carson, «nada existe por sí solo. El hombre forma parte de la naturaleza, y su guerra contra ella es una guerra contra sí mismo».

En 1958, Rachel Carson recibió una carta de una amiga que detallaba cómo el uso de un pesticida llamado DDT, lanzado por aviones desde el cielo, había arrasado con cualquier atisbo de vida en un santuario natural local. Las descripciones que contenía aquella carta de la muerte cruel de cientos de aves conmocionaron a Carson. A partir de entonces, centró su labor en el ámbito de la conservación, y más concretamente en los efectos secundarios del uso, entonces desregulado, de los pesticidas sintéticos. Se centró en el DDT, que se había desarrollado en un contexto bélico para proteger a los soldados de los mosquitos que transmitían malaria y que se usaba sin cortapisas, como una sustancia milagrosa que se rociaba en los patios de las casas y las escuelas para maximizar las cosechas, para matar roedores... Nadie conocía o hablaba de los efectos secundarios.

Carson se puso manos a la obra. El resultado de su labor culminó con la publicación de su libro Primavera silenciosa, una obra que ha inspirado el movimiento conservacionista contemporáneo y una nueva conciencia social ciudadana. «Los humanos estamos frente al reto, más urgente que nunca, de demostrar nuestro dominio no sobre la naturaleza, sino sobre nosotros mismos», afirmaba Carson. Pero como era de suponer, el feroz y codicioso rechazo de parte de la industria química a la labor de Rachel Carson no se hizo esperar: tuvo que soportar numerosas campañas difamatorias contra ella y contra su editor, ataques por su género, insultos como que «una solterona sin hijos no debería preocuparse por la genética»... Carson, enferma de cáncer y madre adoptiva de su sobrino Roger, de nueve años, siguió trabajando y luchando por la causa medioambiental que había encendido, mientras se sometía a tratamientos médicos y cuidaba del niño. «Quienes contemplan y se recrean en la belleza y los misterios del planeta no están nunca solos o cansados de vivir», aseguraba.

En 1963, el presidente John F. Kennedy leyó Primavera silenciosa. Convocó una comisión parlamentaria para investigar, y eventualmente regular, el uso de pesticidas.

Finalmente, el DDT quedó prohibido en el territorio estadounidense. Aunque ya estaba muy enferma, Carson testificó. «Si tuviese influencia con las hadas, les pediría que concedieran a cada niño el don del asombro, un don tan indestructible que les durase una vida entera», decía. No sobrevivió para ver todo lo que se consiguió, pero

sin duda pudo darse cuenta de lo que había puesto en marcha: las primeras políticas federales para proteger el planeta, la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos y una nueva conciencia pública de la frágil interconexión de todas las formas de vida que habitan nuestro planeta.