Vamos a explorar la alquimia como una herramienta simbólica útil para la transformación psicológica. ¡Recuerda que cualquier persona interesada e implicada en su propio desarrollo psicológico es, de hecho, un alquimista! Y por ello, la alquimia te ofrece herramientas potentes para acceder a tu laboratorio interior.
Una de las ideas principales que propone es que ninguna transformación puede considerarse completa si no se da en todos los niveles de la realidad: el nivel físico, el mental y el espiritual. Por ello, la alquimia es una amalgama de ciencia, psicología y espiritualidad.
En el ámbito mental (o psicológico) las técnicas alquímicas intentan perfeccionar el carácter y la personalidad para lograr una transformación personal. La alquimia usa un lenguaje críptico y onírico porque quiere entablar una conversación con nuestra mente más intuitiva, menos racional. Forma parte de la genialidad del psiquiatra Carl Gustav Jung descubrir en las arcanas prácticas de la alquimia tantos paralelismos con los procesos psicológicos, especialmente con lo que él denominaba «la individuación», es decir, la capacidad que tiene cada persona de acceder a su inconsciente, comprenderlo, trabajarlo e integrarlo de forma sana a su vida diaria.
La alquimia psicológica se enfrenta al problema básico de que con el paso de los años tendemos a ser más rígidos, a sentirnos menos vivos, menos curiosos, menos dados a la exploración. En general, aunque todos conocemos excepciones admirables
—personas que con los años no pierden su curiosidad y su agilidad mental—, lo cierto es que probablemente conozcas también muchos ejemplos cercanos de personas que con los años se han vuelto más rígidas. ¿Por qué ocurre eso?
Lo explica la neurociencia con este sencillo ejemplo: en una radio, los cables y las conexiones no se suelen cambiar a lo largo de su vida útil. Sin embargo, el cerebro humano es una red que se modifica a sí misma constantemente. Esta característica extraordinaria del cerebro es lo que llamamos plasticidad cerebral. Así que estamos programados para cambiar, pero ¡no siempre lo hacemos! Y aquí está el reto: tenemos que aprender cómo podemos potenciar esta habilidad natural, para evitar adoptar comportamientos rígidos y rutinarios, aferrarnos a juicios y prejuicios, y a creencias trasnochadas que limitan nuestra experiencia y nuestro disfrute del mundo.
Los alquimistas describían esta tendencia a volvernos rígidos de una forma muy concreta: lo llamaban «convertirse en sal». Porque a medida que pasa la vida vamos acumulando juicios y creencias que estructuran, y a menudo limitan, nuestra experiencia vital, de la misma forma que la sal es la cristalización de la energía en estructuras rígidas.