La alquimia es una disciplina paracientífica, espiritual y filosófica que combina la química, la filosofía, la astrología, la medicina, la metalurgia, la naturaleza, el arte y el misticismo. Nació hace unos 10.000 años en la tierra de Khem, en el Antiguo Egipto, donde vivían personas con avanzados conocimientos en metalurgia y química, que conocían los secretos para extraer aceites esenciales, teñir telas y vidrios, fermentar zumos de frutas, extraer la miel... Caldeos, babilonios y fenicios ya seguían los principios de la alquimia, considerada ciencia y arte, una forma de conocimiento.
Siglos más tarde, en Alejandría, se dio el contacto de los metalistas y artesanos egipcios con las ideas filosóficas de Grecia. Sabios y alquimistas de todo el mundo visitaban la mítica librería de Alejandría, el más importante templo del saber de la Antigüedad, que albergaba manuscritos que guardaban las tradiciones alquímicas chinas, indias, babilónicas, hebreas y persas, una amalgama de filosofías y conceptos que permitió que la alquimia sobreviviera y prosperase en la Edad Media, cuando se la consideró una suerte de rebeldía contra el poder establecido y la ignorancia, que escondió su fondo filosófico bajo la alegoría de la búsqueda de la piedra filosofal y el elixir de la vida.
Aunque en sus inicios la alquimia era una disciplina práctica, basada en recetas concretas para la metalurgia y la tintura, poco a poco fue adquiriendo acentos más místicos, y se convirtió en una «ciencia espiritual» que requiere un equilibrio entre el corazón, el cuerpo y la mente, según la describe Toth, uno de los alquimistas más importantes de todos los tiempos. Sus enseñanzas se resumían en la mítica Tabla de Esmeralda, un breve texto alquímico expresado de modo simbólico, de la que cada alquimista medieval, desde Alberto Magno hasta Isaac Newton, tenía su propia versión, a modo de guía en su trabajo alquímico.
¿Cuál era la misión de estos alquimistas? A lo largo de los siglos, su meta fue la de perfeccionar o desarrollar cualquier sustancia, metal, elemento químico, planta, cuerpo, mente o espíritu... Por ello, la alquimia era el arte de la transformación, y los alquimistas la intentaban aplicar a cualquier nivel de realidad física, mental o espiritual.
Uno de los principios fundamentales de la alquimia es que vivimos inmersos en un mundo material que es solo la sombra, o la proyección, de una realidad mucho más compleja que nuestros sentidos no son capaces de percibir. Esta dualidad — materia y no-materia— se refleja también, según los alquimistas, en nuestro cuerpo físico: por una parte, nuestro cuerpo físico está sometido a las leyes físicas del nacimiento y la muerte; pero también poseemos, aseguran, un cuerpo no-material, un alma, un espíritu, llamado en alquimia «quinta esencia». Los alquimistas defendían que todos somos capaces de detectar y percibir esta realidad no-material, pero que la sociedad nos entrena para ignorarla desde que nacemos. Su misión era pues encontrar la forma de recuperar esta dimensión de la existencia, para poder incorporarla a nuestra vida diaria.
En sus laboratorios, los alquimistas hacían un trabajo en apariencia enigmático, lento y laborioso con el que intentaban conseguir destilar la esencia de la naturaleza, para potenciarla y comprender así sus secretos curativos. Describían el flujo vital, «lo que da vida a todas las cosas», como un destello de luz encerrado en una masa oscura. Querían fabricar una piedra filosofal con la cual poder liberar este flujo vital.
Para conseguirlo, estudiaban hasta convertirse en expertos en la producción de extractos herbales, tinturas y esencias espagíricas, aceites de roca, piedras vegetales y piedras alquímicas... Y a medida que mejoraban sus técnicas, la alquimia adquiría un potencial simbólico cada vez más intenso.
Claro que cada alquimista interpretaba y aplicaba los conocimientos a su manera: algunos simplemente perseguían hacerse ricos aprendiendo a transformar un metal barato en oro (y muchos murieron castigados por no conseguirlo); otros buscaban la manera de aislar el «flujo vital» para conseguir el secreto de la juventud eterna; y otros muchos, entre ellos el científico Isaac Newton, se centraban en investigar la existencia de fuerzas ocultas, correspondencias, sincronicidades e influencias invisibles en la naturaleza.
La alquimia se convirtió así en una magnífica metáfora para describir y transitar nuestro viaje por la vida, por sus etapas, por sus constantes ciclos de transformación, en cualesquiera de sus niveles: físico, psicológico o espiritual. En su aplicación física, la alquimia es una precursora de la química; en su aplicación psicológica, es una metáfora que describe el trabajo que debemos hacer para lograr gestionar el caudal de nuestra mente y liberarnos de sus elementos menos agradables: los miedos, las creencias personales equivocadas o la baja autoestima, entre tantos otros.
El extraordinario trabajo del psiquiatra Carl Gustav Jung en torno a la alquimia se centra en este significado simbólico, en la búsqueda interior para conocernos, comprendernos y gestionarnos mejor. La alquimia resulta útil para entender mejor la mente humana porque tiene un lenguaje poético, onírico y metafórico que sintoniza con facilidad con nuestra parte inconsciente (que opera en una dimensión de intuiciones y sueños). Además, la alquimia ha desarrollado a lo largo de los siglos un vocabulario específico para describir las etapas de transformación que recorremos, tanto en lo físico como en lo mental, conformando una guía al alcance de todos para transitar los cambios y las crisis.