¿Cuántas veces te has dormido pensando en algo que te preocupa o que quisieras haber hecho o dicho de forma diferente? ¿Cuántas veces has sentido haber sido torpe, no haber sabido hacerlo mejor...? ¿Cuántas noches te duermes pensando en las cosas que no has tenido, en las decepciones o en las palabras que te han hecho daño, en lo que no ha podido ser?
Así es nuestro cerebro: nos centramos en recordar y rumiar las cosas negativas, porque por defecto estamos programados para sobrevivir, y el cerebro acumula y memoriza lo que más nos hiere, porque percibe que eso nos amenaza y que, por tanto, no debe olvidarlo.
Y como la mente y las emociones dejan una huella física, lo que nos preocupa y nos hiere mentalmente también lo hace físicamente. De ahí que seamos una especie tan dada a la depresión, a la desesperanza, a la tristeza...
¡Claro que las emociones negativas como la ira y la tristeza pueden ser inevitables y necesarias ante los retos y los vaivenes de la vida! Pero hablamos aquí de esa acumulación opaca de pequeñas decepciones y cansancios que nos restan energía y alegría, y que no sirven de nada.
Afortunadamente, tenemos también una enorme capacidad para la alegría y la superación de obstáculos. En general, el cerebro responde muy bien a lo que hacemos de forma consciente, es decir, a cuando dejamos de comportarnos y sentir en piloto automático, y decidimos conscientemente que es hora de pasar página, de seguir, de sentirse mejor... ¿Estás triste sin saber bien por qué y quieres sacudir esa tristeza?
¡Toma la decisión de modo consciente! Ahora dejo de darle vueltas a este tema, a estas imágenes del pasado, a estas preocupaciones que no llevan a nada.
Para darle la señal a tu cerebro de que quieres que cambie de tercio, nada mejor que un gesto simbólico, una salida a la acumulación de desencantos... ¡Aquí tienes algunas ideas!