El maravilloso escritor y antropólogo Joseph Campbell dedicó una vida de estudio a mostrar que cada cultura del mundo tiene una forma similar de contar las historias que volcamos en mitos, fábulas, novelas o, más recientemente, en películas y series televisivas. En estas historias, una persona corriente, que vive una vida normal en un mundo aparentemente desprovisto de magia, escucha un día una llamada sutil a hacer las cosas de forma diferente, una invitación a la acción, a la aventura. Es algo así como si un día de verano estás descansando en un sillón del jardín. Tienes los ojos cerrados y estás entre el aburrimiento y la ensoñación. De repente oyes un ruido sordo en la distancia. ¿Es la moto del vecino, que siempre aparca delante de tu puerta? ¿Es el camión del reparto? ¿O no podría ser un trueno lejano que anuncia tormenta? Si es tormenta, ¿habrá que entrar las sillas del jardín? ¿Se pondrá perdido tu hijo que está regresando a casa? ¿Habrá que salir a buscarle en coche? ¿Y la colada recién tendida?
¿Qué vas a hacer con ella, si no hay sitio para tenderla dentro de casa? Rápidamente decides que no, que ese ruido no era nada importante. Te relajas, pero a los pocos segundos todo se oscurece, los truenos se acercan, cae un rayo brillante y el cielo rompe a llover. Tus sillas, tu colada, tu hijo, ¡todo se empapa irremediablemente!
En vez de ese trueno lejano en un anochecer de verano, imagina ahora que lo que escuchaste aquel día fue un comentario que tu jefe dejó caer que la empresa iba mal y que no sabían cuánto tiempo aguantarían... O tu pareja dijo de pasada que le gustaría ser madre, pero tú te resististe a hablar de ello... O tal vez un amigo olvidó llamarte el día de tu cumpleaños. Cualquiera de esas señales podrían anunciar otra tormenta, un cambio en tu vida, algo por llegar, una pérdida de trabajo, la llegada de un hijo o la traición de un amigo. Son las señales de lo que está por venir, una llamada a la aventura, al cambio... Podemos aceptar esa llamada o declinarla.
En las fábulas universales, inexorablemente, si la persona declina la llamada a la aventura, el destino volverá a insistir con otra señal más contundente. Puede ser el rey Hermés animando a un deprimido Odiseo a construir un barco y zarpar rumbo a Ítaca; el caballero verde, interrumpiendo la celebración de la corte del Rey Arturo para retar a Arturo; Harry Potter, arrancado de su vida gris junto a sus padres adoptivos por Voldemort; Ben Kenobi en la Guerra de las Galaxias, ayudando a entrenar a Anakin y Luke Skywalker en los caminos de la Fuerza; Neo, el héroe de Matrix, un chico aparentemente ordinario que recibe la extraña orden de «seguir al conejo»; la joven Alicia, aburrida bajo un árbol, que cae por un agujero y entra en un mundo extraordinario; el hombre araña, un huérfano solitario que descubre que tiene poderes mágicos «que conllevan una gran responsabilidad»; o unos niños evacuados por un bombardeo, que llegan a través de un armario mágico al mundo de Narnia... Son innumerables los ejemplos: a lo largo de los siglos, y en cualquier rincón del mundo, estos personajes literarios pasan de una vida normal a un vida de aventura... Las circunstancias obligarán a una persona ordinaria a armarse de valor y salir a enfrentarse a un enemigo temible, un dragón, un malvado villano o una fuerza oscura, empeñados en aniquilar aquello que más les importa.
En nuestra vida cotidiana, nadie nos obliga a adaptarnos a las circunstancias. A veces, resulta más fácil quedarse estancado que enfrentarse a estos retos que plantea la vida. Hay tantas excusas para ello: una baja autoestima; la pereza de emprender una batalla; el miedo a perder; unos padres mayores que nos echarían de menos si nos vamos a vivir a otro país; una pareja con la que compartimos poco, pero que cuenta con nuestra lealtad; un trabajo aburrido pero que paga, justo, las facturas a final de mes.