Perdonad que vivamos mientras vosotros estáis muertos.
Jean Paul Sartre
La muerte inesperada deja, de un hachazo, inconclusos los proyectos que habíamos imaginado realizar con quien se fue, e impide que saldemos las cuentas pendientes mano a mano. No se trata de una postergación sino de un cierre definitivo. Un repetido "nunca más".
¿Qué hacer ahora? ¿Cómo cerrar esas historias? ¿Cómo terminar solos lo que empezamos juntos? ¿Dónde poner los sueños y las ilusiones compartidas?
Alicia vino a verme. Necesitaba charlar con alguien y por alguna razón me eligió a mí. Tal vez porque sabía de mi experiencia personal de muertes inesperadas.Me había escuchado relatar, en una conferencia, mi sorpresa, mi dolor y mi despedida.
Su pareja murió en un accidente absurdo, casi banal. Una maceta cayó de un balcón sobre su cabeza y murió de un traumatismo cerebral a las pocas horas, sin recuperar el conocimiento.
Faltaban muy pocos días para casarse. Hacía tres años que estaban de novios. Tantas fantasías, hijos proyectados, caricias prometidas. Todo truncado. Ya nada era posible.
El llanto y el dolor la desbordaban, la depresión la carcomía. Desesperada buscaba una respuesta, un sentido a lo que estaba viviendo.
¿Qué decirle? ¿Hay algo posible de ser dicho? Le hablé desde el corazón, desde mis vivencias, desde mis recuerdos.
Al principio, cuando alguien amado muere, uno piensa que una parte de nuestra vida acaba y que nunca más se recupera. No hay, entonces, "clavo que saque otro clavo". Porque uno siente que, cuando el otro se va, nos deja inválidos para completar una historia. Esto es así, sin vueltas. Difícil de asimilar, pero verdadero.
Cuando esta realidad penetra hondamente surge el "desmoronamiento": "Me vine abajo, no tengo nada por lo que luchar o vivir, no hay proyectos", y luego la "desesperación" que invade y carcome, una angustia incontrolable que no deja pensar, que no deja dormir, que no deja descansar.
El tercer tiempo es la "indignación". Un enfado violento ante una situación que se vive como injusta. Un enojo intenso con la vida, con Dios, con la gente. Ganas de romper todo, de gritar.
Desmoronamiento, desesperación, indignación son afectos normales, respuestas esperables, vivencias que deben ser transitadas. Pero, aunque anunciadas, son inevitables y, paradójicamente, pese al dolor que causan, son sanadoras.
Con el paso del tiempo las cosas comienzan a cambiar. Uno logra recomenzar de nuevo, paso a paso, pero aquello que no fue ya no podrá ser. Miramos la vida de un modo diferente y cada encuentro tiene otros sabores. Al principio son puras comparaciones, luego se va aceptando al otro tal como aparece.
No es cuestión de tener fe. "Ya vas a ver cómo vas a volver a querer", es una frase inútil. Como inútil es la apelación a la voluntad. Es la época del bolero: "Como inútil será, el quererte olvidar".
Sólo el tiempo puede sanar las heridas, pero no un tiempo vacío sino un tiempo activo, pleno de pena pero también de ganas de seguir adelante. Un tiempo en el cual se va aceptando que ese amor está perdido, y se va sintiendo que con él una parte de cada uno ha muerto. Cuando la persona vuelva a amar, lo hará alguien diferente, cambiado por esta experiencia de pérdida.
Los proyectos que no se pueden realizar son los que aún viven en nuestra cabeza atados al pasado, y mientras vivan, seguirán doliendo. Hay que esperar que mueran. Hay que esperar estar en condiciones de poder sentir nuevamente. Y esto lleva tiempo.