Imagina que estás caminando campo a través, disfrutando de un día de sol y tranquilidad. A lo lejos, unos niños juegan. De repente, inesperadamente, unos gritos infantiles rompen la paz: ¡un niño se ha caído a un pozo! Agarrado al reborde, el niño lucha por no caer al fondo y pide socorro, desesperado. ¿Qué haces? Sin dudarlo, sales corriendo hacia el pozo y tratas de salvar al niño con todas tus fuerzas.
El filósofo chino Mencio nos cuenta esta parábola como prueba de que los humanos tenemos buen fondo y tendemos a la bondad. Cuando alguien está en peligro, nuestro instinto es correr a ayudar. Sin embargo, Mencio observó que, a pesar de este buen fondo, muchas veces herimos a las personas que nos rodean o no las ayudamos lo suficiente. ¿Por qué?
¿Por qué a veces no tomamos buenas decisiones?
Los acontecimientos externos disparan nuestras reacciones emocionales a diario.
Por ejemplo, si tu hijo o hija te sorprende con un ramo de flores que acaba de hacer para ti, te invade la alegría; si de pronto te cruzas por la calle con alguien de quien te enamoraste locamente, sientes una punzada de dolor o de nostalgia; si tu superior en el trabajo te manda un correo recordándote que se acerca una fecha de entrega, puedes sentir ansiedad. Todas nuestras reacciones se acumulan. 3 Nuestra vida se acaba convirtiendo en una serie de patrones de respuesta que no hemos entrenado, y a menudo estas respuestas son negativas. De hecho, hay muchas decisiones que creemos tomar conscientemente, pero en realidad se trata de nuestros viejos patrones.
Mencio era un gran conocedor del ser humano. Creo que le hubiese emocionado saber que la neurociencia ha validado buena parte de las reflexiones que él expresaba de una forma delicada y certera. Así que quisiera compartir con vosotros otra de sus ideas.
Tiene que ver con cómo tomamos nuestras decisiones diarias. Durante siglos, hemos creído que los humanos decidimos en base a dos modelos diferentes: por una parte, de forma racional. Somos criaturas racionales capaces de tomar decisiones lógicas, y observamos, contrastamos y elegimos sopesando los pros y los contras, los beneficios y los problemas.
También está el modelo «intuitivo», en el que nos guiamos en función de lo que sentimos, lo que preferimos o lo que nos sale de dentro.
La neurociencia nos dice que, por lo general, usamos una combinación de los dos modelos: consideramos las posibilidades de forma racional, pero al final nos dejamos llevar por lo que nos apetece más (por nuestras emociones).
En cambio, los sabios chinos recomendaban que nos centrásemos en uno u otro de estos dos modelos a la hora de elegir. Sin embargo, Mencio estaba convencido de que era un error intentar elegir entre lo racional y lo emocional.
Elegir solo con el instinto, decía Mencio, es un error, porque los humanos acumulamos comportamientos y prejuicios automáticos, y muchos de estos comportamientos y prejuicios no son positivos, sino el resultado de traumas, errores y comportamientos que hemos aprendido pero que ya no nos sirven.
Por otra parte, tomar decisiones solo con la razón tampoco funciona, ya que las emociones son necesarias para adaptarse y reaccionar deprisa a un mundo que él describe como inestable, imprevisible.
Mencio temía que esta forma de pensar racional dividiera nuestra mente en dos: las emociones por una parte y el corazón por otra.
Un ser dividido, reprimido, empobrecido.
De nuevo, hoy la neurociencia le da la razón a Mencio: nuestras decisiones racionales están muy contaminadas, o influidas, por nuestras emociones. Ahora sabemos a ciencia cierta que el cerebro humano integra la emoción y la razón, y que no podemos renunciar a ninguna de las dos.
Necesitamos las emociones para poder hacer frente a un mundo impredecible, que nos mueve el suelo bajo los pies una y otra vez. Y necesitamos nuestro raciocinio para evaluar lo mejor posible cada situación.
Curiosamente, en chino la palabra para mente y corazón es la misma: se llama XI.
Ni mente, ni corazón: lo que tienes es xi.
El xi es un instinto refinado, una sabiduría interna que trabajamos y consolidamos día a día, una inteligencia emocional bien desarrollada desde la que Mencio nos anima a tomar nuestras decisiones diarias. Desde nuestro xi, que aúna mente y corazón, tomamos las decisiones adecuadas sin esfuerzo, con la misma seguridad con la que salvamos al niño que cae al pozo. Si entrenamos y desarrollamos este instinto, asegura Mencio, tomaremos buenas decisiones a cada momento.
¿Cómo podemos desarrollar nuestro xi, nuestro centro de sabiduría?
Una de las formas es fijarnos en cómo nos sentimos cuando actuamos bien. ¿Cómo te sientes cuando haces algo generoso que te conecta con los demás? Piensa en cualquier acto amable, por pequeño que sea: hablar a una persona con cariño, dar un abrazo a alguien desconsolado, abrir la puerta o llevar un paquete a una persona que necesita ayuda, echar una mano a un vecino en apuros... ¿Qué sientes? A menudo, cuando actuamos desde nuestro xi —desde ese mezcla de raciocinio y corazón— sentimos una sensación física de bienestar. Esa sensación puede ser tu brújula para reconocer, entrenar y fortalecer tu mejor instinto, tu inteligencia emocional, tu xi.
Una pequeña revolución para desarrollar tu xi
Si te resulta difícil dejarte guiar por tu instinto, pueba lo siguiente: trae a tu mente una situación positiva de tu pasado o piensa en alguien que haya demostrado ser una presencia positiva en tu vida. Después, acuérdate de algún momento en el que te diste cuenta de que estabas haciendo algo correcto en un momento correcto, o intenta rememorar la sensación de amor y confianza que te dio la persona en la que has pensado antes. Piensa en lo que experimentaste: ¿sonreíste, relajaste los hombros, sentiste un calorcito agradable en tu plexo solar?
Ahora trae a tu mente una situación negativa del pasado o piensa en alguien que ha sido un incordio para ti.
Rememora los momentos en los que supiste que esta situación o esta persona no eran una buena influencia para ti. ¿Se te encogió el estómago? ¿Tu pulso se aceleró?
Por último, elige una situación actual de tu vida (un trabajo, unhobby, una clase en el gimnasio) o una persona que hayas conocido hace poco.
Concéntrate en esa imagen de la actividad o de la persona, y observa qué emociones surgen. No las censures ni las juzgues. De las emociones de tu pasado, ¿a cuáles se parecen más? ¿A las que tuviste con la persona o acontecimiento destructivo o positivo?
Sea cual sea la respuesta, estás empezando a conectarte con tu instinto. Ahora imagina qué harías en relación a esta situación o persona si no tuvieras miedo de que tu conducta pareciera extraña y lo único que te importase fuera actuar tal y como te sientes. ¿Aumentarías la cantidad de tiempo que le dedicas o lo reducirías drásticamente?
Tanto si sigues lo que te dicta tu intuición como si no, fíjate en lo que ocurre. Si has conectado con tus verdaderas emociones, descubrirás que con el tiempo esa persona o esa situación probablemente demuestre ser lo que tu instinto predijo. Quizá hayas confiado en tu intuición durante toda tu vida, y si es así este ejercicio no te sorprenderá. Pero si tiendes a prestarle atención a tus pensamientos y a ignorar tus emociones, cuando hagas este ejercicio puedes sentir algo parecido a una epifanía. Puede que empieces a darte cuenta de que los pensamientos te hicieron confiar en lo que no merecía tu confianza o, al contrario, te hicieron rechazar experiencias que te habrían beneficiado.